26 de abril, Día Mundial de Repensar la “Propiedad Intelectual”

La primera vez que ví la frase “disonancia cognitiva,” pasé un buen rato revisando diccionarios hasta que comencé a comprender su significado. Ojalá alguien me hubiera mostrado en ese momento, a título ilustrativo, algún documento de la OMPI, quizás muy especialmente el mensaje de su Director General, Francis Gurry, para el “Día de la Propiedad Intelectual” de este año: la contradicción entre los conceptos centrales del texto es tal que uno no puede sino preguntarse cómo llega una persona a escribir semejante galimatías sin sucumbir a la esquizofrenia.

“La innovación tiende puentes” es el título que el Sr. Gurry eligió para su mensaje, que comienza con un elogio de la innovaciones que han convertido al mundo en un lugar más pequeño, permitiendo a las personas se comunicarse entre sí a través de enormes distancias. Tiene razón, por cierto: Internet y otras innovaciones relacionadas hacen hoy posibles modos de comunicación que hasta hace poco eran impensables, y han reducido el costo de las que ya existían al punto de ponerlas al alcance de una porción mucho mayor de la población.

El mensaje de OMPI no hace mención alguna, sin embargo, de un hecho crucial: que si esas innovaciones tuvieron éxito y pudieron tender puentes, no fue gracias a que estaban sujetas a derechos de autor o patentes restrictivas sino que, por el contrario estuvieron a disposición de todos. En efecto, Internet no fue la primera red de computadoras del mundo, pero sí fue la primera que podía ser implementada por cualquier proveedor de hardware o software, y en la que cualquiera podía poner nuevos servicios a disposición del público sin tener que primero pagar peaje a los “dueños” de los protocolos. La misma World Wide Web no fue la primera manera que existió de compartir información a través de la red, pero las que existieron antes que ellas exigían de quienes querían participar el pago de distintas licencias. Cuando Tim Berners-Lee construyó el primer servidor y el primer navegador de WWW, sin embargo, decidió publicarlos de modo que todos pudieran usarlo, y eso convirtió a su obra en la interfaz de usuario por excelencia de la red.

Más llamativo aún es el hecho de que OMPI festeje estos puentes, cuando la principal misión de los tratados que administra es, precisamente, impedir que la gente los use: los llamados “Tratados de Internet” de OMPI no son otra cosa que un compendio de todo lo que no está permitido hacer en la red. Por más que proteste que su objetivo es fomentar la difusión del conocimiento no podemos pasar por alto que, en un contexto tecnológico en el que estaríamos en condiciones de brindar acceso a cultura y conocimiento en una escala sin precedentes en la historia de nuestra especie, nuestro más formidable obstáculo resulta ser el sistema legislativo cuya construcción OMPI lideró.

El pináculo de la incoherencia del texto, sin embargo, no llega hasta que el Sr. Gurry señala que la vocación comunitaria de OMPI puede verse en su iniciativa de crear “una plataforma por Internet de sectores interesados con la finalidad de fomentar el acceso a material protegido por derecho de autor para los cerca de 314 millones de personas en el mundo con discapacidad visual y para la lectura,” sin mencionar que sin las trabas que la misma OMPI construyó a la difusión de obras, así como a su republicación e importación en formatos accesibles, esos millones de personas ya no tendrían el problema cuya solución pretenden “fomentar.”

Es hora ya de abandonar la hipocresía, y llamar a las cosas por su nombre. OMPI no es una entidad de bien público que aboga por la difusión del conocimiento, sino un organismo que, a pesar de estar bajo el paraguas de Naciones Unidas, responde a intereses privados que aportan más del 90% de su financiamiento. Los sistemas de copyright, derechos asociados y patentes, tal como los promueve OMPI, están fuera de cauce y provocan significativamente más daño que bien a la sociedad. Es hora de dejar de festejarlos, más bien de repensarlos radicalmente, de ver cómo podemos construir sistemas cuyo resultado sea, efectivamente, la difusión de la riqueza intelectual de la humanidad para beneficio de todos, en vez de su privatización para beneficio de unos pocos.

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