Una versión más corta de este artículo
fue publicada en el diario La Voz del Interior
El gobernador de la provincia de Córdoba ha anunciado ya que no retrocederá en su intención de impulsar el voto electrónico en los próximos comicios. Es una lástima, porque en este caso, retroceder sería un avance. El voto electrónico no es el futuro: la mayoría de países que apostaron a él están abandonándolo tan rápido como pueden, y aquellos que persisten lo hacen a pesar, y no en virtud, de la evidencia.
En Europa, las urnas electrónicas están en retirada. Los otrora abanderados del voto electrónico, Bélgica y Holanda, ya anunciaron que sus elecciones en adelante se harán con boletas de papel luego de que investigadores de seguridad demostraran cuán fácil era manipular los resultados y violar el secreto del voto. Luego de pagar más de €50.000.000 por ellas, y mantenerlas en un depósito por varios años, Irlanda decidió que jamás usará sus urnas electrónicas, porque no puede garantizar su inviolabilidad.
En Alemania, la Corte Suprema dictaminó que las urnas electrónicas desvirtúan la naturaleza de “acto público” de las elecciones porque su funcionamiento sólo puede ser comprendido por técnicos especializados, y condicionó la constitucionalidad de su uso a que el correcto funcionamiento de la urna “pueda ser cabalmente verificado por una persona carente de conocimientos técnicos,” condición que una urna electrónica claramente no puede satisfacer.
Estados Unidos, largo tiempo líder en la adopción de urnas electrónicas, es hoy líder en su abandono. Luego del descubrimiento de múltiples irregularidades relacionadas con el uso de urnas electrónicas, finalmente las sometieron a auditorías independientes en manos de especialistas en seguridad informática, quienes rápidamente destruyeron el mito de su “inviolabilidad”. Como consecuencia, las únicas urnas que no han perdido aún su certificación en EEUU son aquellas que aún no han sido auditadas.
En Argentina, la experiencia exitosa en Pinamar acaparó los titulares, pero la de Las Grutas en 2007 apenas fue reportada, quizás porque fue tan catastrófica (el 25% de las mujeres no pudo votar, y una de las dos urnas masculinas “se olvidó” de todos los votos) que los legisladores se sintieron obligados a pedir perdón por haber autorizado el experimento.
No nos olvidemos, tampoco, de que una experiencia exitosa de voto electrónico no quiere decir que haya estado libre de fraude, apenas que no hubo fallas graves. Esto se debe a que, como no hay boletas que contar, no hay manera de verificar si la máquina contó bien o no. Una experiencia exitosa de voto electrónico es indistinguible de una experiencia exitosa de fraude electrónico.
Muchos argumentan que Brasil e India, dos países que persisten en usar sus propias urnas electrónicas (lo que, por cierto, es mucho más razonable que confiar en urnas importadas), son más comparables a Argentina que Europa o EEUU. Ambos países aseguran que sus sistemas son inviolables. Sin embargo, cuando Brasil el año pasado finalmente cedió a los reclamos y permitió una auditoría independiente, uno de los especialistas logró violar el secreto del voto fácilmente y usando electrónica de bajo costo.
India, por su parte, sigue negándose a someter sus urnas a auditorías independientes, pese a que no faltan denuncias de irregularidades. Un grupo de investigadores de seguridad, sin embargo, consiguió algunas urnas indias de una fuente anónima, y pudo demostrar varios ataques que permiten alterar los resultados de una elección.
Por supuesto, es muy posible que la explicación del impulso que el voto electrónico recibe en nuestro país se encuentre, precisamente, en esta tendencia a abandonarlo en todo el mundo: si en los países centrales ya se dieron cuenta de que les estaban vendiendo humo, a los pobres productores de urnas electrónicas no les queda más remedio que salir a vender en la periferia.