Esta columna fue publicada por la Agencia Telam el martes 8 de noviembre de 2016.
Por Beatriz Busaniche
Fundación Vía Libre
La Reforma Electoral contribuyó a que un sector especializado de la sociedad, sobre todo del mundo académico, se movilizara para advertir que la propuesta con media sanción en Diputados trae más problemas que soluciones. No en vano, los departamentos de informática y ciencias de la computación de las principales universidades públicas salieron del silencio de su tarea cotidiana para participar con intensidad de un debate que habitualmente convoca casi exclusivamente a la clase política. La gravedad del tema lo amerita.
Demás está tratar de refutar en estos breves párrafos la cantinela de expresiones vacías con la que se ha impulsado la reforma: que es más moderno, que es el futuro, que se termina la Argentina de la trampita y tantas otras versiones de la ingenuidad tecnológica llevada al extremo.
Ninguna de las mentadas virtudes cubre aspectos esenciales del sistema democrático como son la garantía de secreto del sufragio, la auditabilidad y transparencia del proceso y la integridad de la expresión de la voluntad popular.
Estos son los tres aspectos que debe considerar el congreso a la hora de establecer un sistema electoral para los argentinos. Y menciono especialmente la cuestión del Congreso, porque la materia electoral no es delegable en ningún otro poder; y por lo tanto, también se riñe con la letra de la Constitución el cheque en blanco que este proyecto otorga al Poder Ejecutivo a la hora de definir el sistema electoral.
La amenaza a estos tres aspectos que debe custodiar celosamente el sistema de emisión de sufragios es evidente cuando nos acercamos a ella sin apelar a los clichés.
El PEN afirma que el sistema es más transparente. Nada puede estar más alejado de la realidad. De hecho, el control ciudadano del sistema es la primera víctima fatal de la incorporación de tecnologías en la votación.
El uso de un equipo informático como mediador entre el votante y la expresión de su voluntad se convierte en una caja negra que la mayoría de los ciudadanos no comprende. Esta afirmación está comprobada con creces, especialmente en la elección realizada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 2015, cuando la gran mayoría de los ciudadanos votaron bajo el engaño de que la máquina era una “simple impresora” o una caja boba incapaz de hacer otra cosa más que imprimir los sufragios.
De las afirmaciones oficialistas, ninguna se probó tan falsa como esta. Sin embargo, todavía escuchamos a personas que votaron, fiscalizaron e incluso a autoridades de mesa repetir sin dudar que la máquina era una impresora sin memoria, sin software y sin capacidad de guardar información. Este simple ejemplo práctico y cercano prueba que aquello que dictaminó el Supremo Tribunal Constitucional alemán en 2009 incluye razones atendibles para nuestro sistema democrático:
El proceso electoral debe ser comprendido por cualquier persona sin necesidad de una formación técnica especializada.
Los otros aspectos se desprenden de este principio de la transparencia del sistema y tienen que ver con el secreto del voto y la integridad.
Entre los impulsores de la reforma se escucha regularmente que si sacamos dinero de cajeros automáticos también podríamos votar usando computadoras. Esto sería cierto si no existiera una diferencia fundamental entre ambos sistemas: el manejo del dinero en bancos es confidencial. El sufragio es secreto.
En el sistema bancario, el operador del sistema debe guardar confidencialidad sobre nuestras transacciones, pero antes de autorizarnos a retirar dinero debe atar nuestra identidad a la transacción. En el sistema electoral el operador del sistema no debe poder, bajo ninguna circunstancia, unir nuestra identidad a nuestro voto. El secreto del sufragio es la esencia del voto libre y sin coerción. Sin secreto del voto, el clientelismo y las prebendas estarán a la orden del día.
La incorporación de una boleta en papel aparece como la garantía de integridad del sufragio. Sin embargo, existe sobrada evidencia empírica que demuestra que es muy alta la tasa de votantes que no corrobora la coincidencia entre la expresión electrónica y la impresión de su voto, dejando pasar así numerosos problemas. Sí, es posible contar las boletas impresas, pero no es posible saber si la manipulación maliciosa de la voluntad del votante no ocurrió en el momento mismo de la impresión.
Existiendo una mediación tecnológica entre el votante y la expresión de su voluntad, es imposible afirmar que el voto será íntegro, secreto y universal y transparente para todos los ciudadanos.
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La Agencia Telam también realizó un informe en video que incluye la opinión de Enrique Chaparro.