Este artículo apareció hoy en el Suplemento Cultura Digital de Página 12.
El sistema de votación digital usado en Salta es visto como un avance de la modernidad. Sin embargo, en 2009, después de usarlo durante años, la Corte Suprema de Alemania lo declaró inconstitucional.
Como diría la intérprete Laurie Anderson, “sólo un experto puede lidiar con el problema”. El asunto es ¿quién puede lidiar con los expertos? Cuando el 3 de marzo de 2009 la Corte Suprema de Justicia de Alemania dictaminó que la utilización de las urnas electrónicas era contradictoria con el espíritu de su Carta Magna, daría un cimbronazo epistemológico ante aquellos que pregonan al artefacto como el “totem” de la sociedad moderna. Lo que argumentó esa Corte no se refería solamente a que el voto electrónico era peligroso porque éste tuviera fallas (intencionales o de sistema), sino que iba a la mismísima pregunta por la técnica, con una argumentación de neto corte heideggeriano. Lo que dijeron los jueces alemanes era que la elección no podía ser considerada “un acto público”, ya que el sistema no aseguraba que “todos los pasos esenciales de la elección estén sometidos a la verificación por parte del público”. Después de aquella última elección electrónica, la Justicia germana mandó a todos a volver a votar en papel. Incluso a los expertos. Desde entonces el voto electrónico quedó suspendido en Europa, debido a la inconsistencia epistemológica con la democracia.
La cobertura mediática sobre las elecciones a gobernador en Salta que dieron como ganador al candidato del Frente para la Victoria, Juan Manuel Urtubey, tendieron a mostrar el bello relato de la tecnocracia: la fascinación por el artefacto, la velocidad y el orden como forma de progreso y la simplicidad límpida de los botones: no hay boletas tiradas por el piso, no hay faltantes, no hay manos negras metidas en el “cuarto oscuro” y los resultados “se saben” en pocos minutos una vez terminada la elección. Lo dicen los expertos: “No hay posibilidad de que el sistema falle”, “exitosa experiencia con el voto electrónico”. No se puede hacer trampa, dicen. Pero aun suponiendo que nadie las haya hecho en las elecciones del domingo (las encuestas previas daban resultados similares a los obtenidos) queda una serie de dudas sobre el software de Magic Software Argentina, la empresa que hizo el sistema y que tiene una alta certificación internacional Iram-Iso 9001:2000, además de una gran experiencia en sistemas complejos y de verificación de datos.
Según mostró ayer la agencia de noticias Copenoa, la máquina electrónica donde debía votar el gobernador Urtubey falló y los técnicos debieron cambiar el CD. El video subido a Daily Motion, sobre lo que ocurrió en la escuela 25 de Mayo, en Ibazaeta 690, dentro de la mesa 1722, muestra cómo un técnico (suponemos que es de Magic Software Argentina) entra en el lugar de votación y decide cambiar el CD. Nadie se pregunta por el contenido del nuevo CD, no hay un experto más experto que el enviado por la empresa a “arreglar el problema”, y ante la vista de todos decide modificar el software sin ningún tipo de control externo. Nadie puede controlar a un experto, se sabe. “Ya vengo –dice el operario–. Está fallando el CD.”
El sistema de Magic Software Argentina funciona a través de una terminal. De allí, sale una boleta impresa donde dice quién es el candidato votado, con los cortes de boleta. La información queda grabada dentro de un chip que se puede leer con radiofrecuencia. El chip impreso en el papel permite a las máquinas contar cada papel con una lectura. “Es muchísimo mejor que otros sistemas que andan dando vueltas, como el brasileño”, dice Federico Heinz, presidente de la Fundación Vía Libre, defensor del software libre. Sin embargo, el software “sigue teniendo problemas por el lado del anonimato. Al usar una terminal de votación, una persona está interactuando con la máquina y le está contando a quién vota. Esa terminal transmite y almacena la información de por quién está votando”. El asunto es: ¿quién está capacitado técnicamente para saber si el sistema hace lo que sus desarrolladores dicen que está haciendo? Sobre todo, si la totalidad del código fuente no está disponible públicamente. En términos generales, nadie tiene dudas sobre el comportamiento de un sobre –más allá de los históricos métodos de engaño electoral, donde suelen votar hasta los muertos–. Pero, se pregunta Heinz, “¿quién puede auditar esto?”. La respuesta es clara: sólo los expertos.
Entre las críticas que se le hacen al sistema del voto electrónico (incluido el de Salta) está que la pantalla puede ser leída desde una distancia importante e incluso el hecho de que el chip sea inalámbrico es cuestionable: “Si bien en un uso normal sólo se puede leer desde muy cerca, ese rango se puede extender para leer y reescribir la boleta a distancia”. Pura fantasía. Tanto como que un papel pueda tener un chip. Y si la diferencia entre el conteo en papel y la máquina son ostensibles, “¿a quién le creemos: a la máquina o al papel o a los expertos?”, pregunta Heinz. Sólo un experto puede resolver el problema, dice Laurie Anderson. Todos los pasos de una votación electoral están sometidos a control: fiscales, presidentes de mesa, el tribunal electoral, los electores, pero nadie puede saber la identidad del votante: ahora bien, cada chip tiene un número único de serie, por ende, asociando quien usó qué chip se puede decir a quién votó cada número de serie. Pero son todas hipótesis: no sólo el código fuente está cerrado en gran parte, sino que el software está patentado a nombre de una sola empresa: Magic Software Argentina.
Esto trae malos recuerdos: en el año 2000, durante las elecciones presidenciales que le dieron la reelección a George W. Bush, el sistema de votación electrónico estuvo puesto en duda por su falta de transparencia. Y poco después, las dudas aumentaron. En el libro El Código 2.0, de Lawrence Lessig (creador del Creative Commons y hasta hace poco asesor de Barack Obama), de 2003, se descubrió que la empresa Diebold (que había hecho el sistema de voto electrónico en Estados Unidos) manipuló las cifras asociadas a las pruebas de su tecnología. La filtración de ciertos memorandos de Diebold reveló que la compañía sabía que las máquinas funcionaban defectuosamente, se negó a liberar el código para ser estudiado por fuentes independientes y una comunicación interna demostró que el CEO de la empresa había escrito que iba a “entregar Ohio” a la administración de George W. Bush. Pero claro, para saber si todo esto es cierto, era cuestión de confiar en los expertos.
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