“Conectar Igualdad” pero no libertad

Este artículo fue publicado hoy en el portal Plaza de Mayo

Por Beatriz Busaniche

Desde el Estado, opacando un excelente plan que entrega computadoras a los estudiantes, se sostiene la posición dominante de Microsoft.

Conectar Igualdad es una oportunidad única para nuestro país. El concepto que le da origen, la idea de poner herramientas informáticas en manos de todos los estudiantes de secundaria de Argentina es una estrategia igualadora que tendrá un impacto impredecible en la formación de esta generación de chicos y chicas ahora con acceso a las redes y un sin fin de información en sus manos.

Sin embargo, el programa tiene un punto lamentable: no tuvo la fuerza política suficiente para soportar la presión de las empresas y el mercado, que logró imponer el doble booteo (se pueden iniciar con dos sistemas operativos) en las máquinas, con lo que una parte importante del potencial transformador de Conectar Igualdad quedó diluida.

Ocurre que un plan de políticas públicas con semejante potencial, no debería haber caído en la presión corporativa, aunque se entiende que el poder de firmas como Microsoft, que concentran el 90% de los escritorios del mundo, es demasiado grande, naturalizado y dificil de enfrentar, en particular, si no se tiene la plena convicción de que este plan debe cambiar la mirada hegemónica sobre las Tecnologías de la Información y la Comunicación.

A esta altura, quienes no saben de la existencia del Software Libre se preguntarán de qué estamos hablando. Hablamos del hecho de que poner Microsoft Windows y sus herramientas informáticas en los escritorios de Conectar Igualdad consolida la posición dominante de uno de los jugadores más fuertes del mercado y retrasa en años, quizás décadas, el desarrollo de una informática autónoma y libre por parte de las nuevas generaciones.

Software libre, tal como fue definido hace más de 25 años por Richard Stallman y la Free Software Foundation, son aquellos programas cuyos términos de licencia indican que se pueden usar con cualquier propósito, estudiar cómo están escritos y adaptarlos a las propias necesidades, hacer y distribuir copias idénticas, hacer y redistribuir versiones mejoradas. Usar software libre abre un mundo impredecible de posibilidades, ya que no limita los usos que los chicos puedan hacer con los programas. Estos programas están pensados explícitamente para dar poder al usuario, para darle las herramientas para la real apropiación.

Los programas de Microsoft, sin embargo, están hecho para ser usados tal y como ellos quieren que sean usados, siempre bajo su estricto control, limitando las posibilidades de estudio y comprensión. La fórmula de ellos es: compralo hecho, no hace falta que aprendas a hacerlo. Y esa es la fórmula que hoy transmite Conectar Igualdad.

Mientras el software libre pondría en nuestras escuelas un incentivo enorme para el desarrollo de una mirada crítica sobre las nuevas tecnologías, y todas las herramientas para la apropiación, optar por Microsoft implica poner a toda una generación en el rol de eterna consumidora de productos informáticos hechos afuera, específicamente, por una gran corporación.

Esa no es la informática que queremos para nuestro futuro. Ni siquiera es la informática que nos sirve. La decisión de poner Windows en Conectar Igualdad es una elección que no sólo tiene un costo en términos monetarios, sino, y aún peor, un costo de largo plazo que hoy no vemos: hipotecamos otra generación que seguirá pensando que usar una computadora es hacer doble click en un ícono y ejecutar un programa que le es ajeno, que está prohibido estudiar, que está prohibido copiar y mejorar.

Tal vez no sea tarde todavía para dar un giro en este sentido. Uruguay, en sus XO en escuelas primarias usa exclusivamente software libre y tiene niños aprendiendo lógica y programación. Ecuador, Venezuela y Brasil tienen políticas públicas informáticas basadas en Software Libre.

El software libre tiene un desarrollo sólido, cumple con todos los requisitos y necesidades de un usuario final, evita muchas situaciones donde los usuarios se ven obligados a buscar alternativas ilegales, y ha sido probado y funciona en las computadoras más veloces y avanzadas del mundo. Pero pesan todavía los prejuicios del desconocimiento generalizado, esencialmente sostenido en el uso masivo de productos privativos y el temor a cambiar. Esa inercia es la que debía y debe revertir la política pública en general y en particular el programa Conectar Igualdad. ¿Habremos perdido una oportunidad o estaremos a
tiempo de cambiar el camino?.

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