En la década de los ’90 sobrevinieron dos grandes fenómenos en los medios masivos de comunicación. El primero fue la concentración monopólica mediante algunos infelices decretos del gobierno menemista; el segundo, los medios empezaron a hablar de sí mismos hasta el hartazgo, contigüo a los cambios introducidos en la estructura económica que los sustentaba
De esta forma, los medios hablaban de los medios. El fenómeno del metadiscurso mediático llegó al paroxismo cuando después de las escenas violentas de los telediarios aparecía, en los programas de “análisis” de las nueve de la noche, algún periodista explicando las supuestas relaciones causales entre las imágenes violentas que ofrecía la tele y el crecimiento de la delincuencia/violencia juvenil. El tema parecería ser una inagotable fuente de recursos cuando los periodistas se quedan sin nada de qué hablar. La parte más curiosa del asunto es que si analizamos el mapa de los medios, nos encontraremos con que muchas veces los mismos contenidos que se critican son en realidad producidos por ellos mismos.
Esta escena, sin embargo, de novedosa tiene bastante poco. Los videojuegos fueron criticados con la misma ferocidad; incluso antes de que la tele y los videojuegos existieran, allá por la década de los cincuenta, un insólito personaje estadounidense llamado Fredric Wertham inició su campaña en contra de los comics por considerarlos transmisores de mensajes que “le lavaban la cabeza a los niños”. Ahora, el nuevo entretenimiento mediático para criticar son las redes sociales, y en particular, Facebook. Los medios hablan de los medios.
En realidad, si los medios critican a Facebook no es por lo que deberían criticarlo, es decir, por su carácter concentrador y sus violaciones a la privacidad de los datos y la información de las personas; lo critican -y hablan de él, inevitablemente- porque se ha vuelto, a su modo y de la misma manera que los blogs, y entrecomillando mucho esta afirmación, en canales alternativos de comunicación. Pero más particularmente, en canales alternativos de encuentro. Finalizar este artículo con la frase: “La sorpresa de los peatones y turistas fue grande al ver la invasión de jóvenes, que llegaron tranquilos y no produjeron incidentes.” debe haber representado un ataque cardíaco para una buena cantidad de lectores (especialmente padres) “espantados” por las actitudes “vandálicas” de sus hijos, que de un día para el otro deciden organizarse para ratearse del colegio.
Pero el ideologema “invasión” no oculta ni un ápice su intención. “Los jóvenes invaden”. Durante años, se les pidió a los jóvenes que vinieran a ocupar el mercado, convertirse en consumidores aptos, en caprichosos ávidos de convencer a sus padres de que tener lo último era tener lo mejor. Pero, ¿qué es lo que están invadiendo? El espacio público.
Las redes sociales, constituyen, a su modo, un nuevo espacio público donde los jóvenes (y no tanto) se encuentran a jugar. Por eso los telediarios nos hablan ahora de la necesidad de “controlar” estos medios, como si no estuvieran controlados los datos que se aportan a ellos. El multimedio Clarín ha hecho del fenómeno de enseñarnos la pedagogía corporativista para leer las nuevas tecnologías, la punta de lanza en su control hegemónico
Pero falta redoblar la apuesta en dos direcciones. Hoy, los jóvenes que se ratearon a través de Facebook lo hicieron sin necesidad de que los medios intervinieran; si lo hicieron, fue para lanzar críticas, para hablar de la responsabilidad de los padres o para llenar espacio con una nota de color. De la misma forma, callaron la convocatoria de 678, que también fue masiva y también fue organizada a través de Facebook.
Los jóvenes cordobeses y mendocinos, e incluso la gente de 678, lo están entendiendo mejor que nadie; si el espacio público de las plazas nos fue enajenado (y a este respecto vale el lugar común de ver a las plazas enrejadas), y el único espacio público que nos quedó fueron las redes sociales o la Internet, tenemos que usar esas redes sociales y esa Internet para volver a ocupar esos espacios. Sin mediación de multimedios.
Pero, del otro lado, se piden más controles. ¿Cuál es el discurso detrás del control? Supuestamente, nos venden seguridad: vecinos furiosos, padres enojados, salen a pedir “control, control”. Los medios se asustan de su propia imagen reflejada y piden lo mismo. Del otro lado, a una vecina le matan un hijo un supuesto grupo de “pibes chorros”, y en vez de pedir que se destruyan las armas, pide que los mismos policías que liberan zonas en las villas miseria y en el conurbano, la protejan del “mal”, en abstracto.
Pero de este lado también hay respuestas: un grupo de jóvenes que descubre el potencial emancipador de la organización; un grupo de estudiantes que se pelea con las leyes de copyright cuando se les impide estudiar; un campesino estadounidense al que Monsanto le hace juicio y se vuelve, después de haberlo perdido, en la cara visible del movimiento de campesinos; un señor llamado Richard Stallman que decide que nadie va a apropiarse de su software e inventa un concepto de licencia llamado GPL.
Hay un viejo dicho que dice: “ten cuidado con lo que deseas”. Más control y más leyes de hierro implican la pérdida de nuestras libertades. Y nadie quiere que Internet sea otra televisión.