Monopolios Artificiales sobre Bienes Intangibles

Introducción

Por
Introduccion
Enrique Chaparro - Fundación Vía Libre.

Desde muy antiguo, desde que somos humanidad, venimos produciendo una cantidad de bienes inmateriales, básicamente producimos socialmente conocimiento en términos generales, conocimiento científico técnico, o de expresión. Ningún artista puede reivindicar originalidad, cada cosa que creamos está basada en cosas que otros crearon, toda la expresión científica técnica, cultural es el resultado de un conjunto de mecanismos de transmisión social.

Este conjunto de conocimientos se ha transmitido tradicionalmente en forma social. Casi todo lo que conocemos en música probablemente pueda ser rastreado hacia el África profunda o hacia la India. Si hay algún admirador del blues en la sala, seguramente recordará que lo que hoy conocemos como blues de los EEUU, originalmente proviene del Centro de África, de Mali. Si escuchan a los guitarristas de Mali encontrarán que son los mejores bluseros del planeta, simplemente porque esto es una construcción a la que cada uno ha hecho una pequeña contribución marginal y esta suma de pequeñas contribuciones marginales es la que ha formado el conocimiento.

Ahora bien, la sociedad capitalista en la que hoy vivimos necesitó de un proceso de acumulación

"Ningún artista puede reivindicar originalidad, cada cosa que creamos está basada en cosas que otros crearon..."

originaria del capital. Esta acumulación originaria surgió de expropiar bienes comunes, básicamente la propiedad común agrícola, que pasó de manos del conjunto, de las comunidades que usaban las tierras de pastura o labrantía comunes, a apropiación privada. La justificación filosófica de esto es que es económicamente más eficiente la propiedad privada que la propiedad común. Términos que están en discusión desde el siglo XV en adelante, por supuesto.

El problema que enfrentamos hoy, en esta era de - déjenme ponerle el título provisorio de “capitalismo post-industrial” - es que ya no quedan bienes materiales por apropiar, pero hay un montón de cosas que sí quedan por apropiar, como son los denominados bienes inmateriales: el conocimiento, la transmisión de esos conocimientos, las expresiones artísticas, las expresiones de la cultura en general, se han convertido en materia deseable y apropiable. Así, asistimos hoy a distintos flancos de un mismo fenómeno de apropiación de los bienes comunes, la privatización del conocimiento común. Estas tendencias no son nuevas, son relativamente antiguas y nacen de un conjunto de buenas intenciones - todos ustedes recordarán aquello de las piedras en el camino del infierno por supuesto -.
Hasta la invención de la imprenta, el libro, el conocimiento reflejado en libros se distribuía de manera más o menos libre pero muy limitada. No había ningún derecho de copyright sobre los libros en la época en que los monjes los copiaban a mano, pero había una ineficiencia estructural en copiar un libro a mano. Al monje en el convento le llevaba muchos meses transcribir de un manuscrito a otro manuscrito. La reproducción del conocimiento era muy lenta, hasta que en Europa se redescubre la imprenta de tipos móviles, que ya se conocía en China desde el siglo VII, pero que aparece como fenómeno industrial con Gutenberg en Europa. A partir de allí, la situación comenzó a cambiar y ya era posible reproducir conocimiento más rápidamente.

Entonces asistimos a una de las primeras transacciones sociales sobre el conocimiento. Cada cual cedía un poco y adquiría algo. El conjunto de la sociedad cedíamos nuestro derecho a reproducir libros libremente, a cambio de permitir una difusión mucho más rápida. El Estado, a su vez, aumentaba su capacidad de control. El rey, el soberano, otorgando o no un derecho a un impresor, mejoraba su poder de censura. Finalmente, los impresores ganaban plata que podían reinvertir en términos de imprimir más material a través de un derecho exclusivo, el derecho a reproducir determinados materiales escritos.

Esta transacción funcionaba más o menos bien porque, si bien como sociedad habíamos renunciado a nuestro derecho a copiar libremente, en realidad, este era un derecho no demasiado realizable como tal, porque ponernos a copiar era bastante complejo y, por supuesto, el alcance relativo de los posibles beneficiarios de ese derecho era limitado en una sociedad en donde las tasas de analfabetismo eran muy altas. Los que quedaban afuera de esta primera etapa eran los autores, que seguían dependiendo de la buena voluntad de los editores o los mecenas.

A mediados del siglo XVIII, a alguien se le ocurrió que garantizarle a los autores y a los inventores

"el conocimiento, la transmisión de esos conocimientos, las expresiones artísticas, las expresiones de la cultura en general, se han convertido en materia deseable y apropiable"

alguna forma de exclusividad relativa y por tiempo limitado del producto de sus obras o descubrimientos o invenciones, era una buena forma de estimular la producción del conocimiento.
La Constitución de los EEUU, que es el primer texto constitucional moderno, y es una declaración política en sí misma que configura el pensamiento liberal de finales del siglo XVIII, declara que el Congreso tiene la atribución de estimular las artes y las ciencias, concediendo por un tiempo limitado ciertos derechos exclusivos a los autores e inventores.

Esta es la base de los textos constitucionales que tenemos hoy, incluso para nuestra propia Constitución Nacional. Los constituyentes que trabajaron en la Constitución Argentina trabajaron sobre una versión muy mal traducida de la Constitución de los EEUU, por lo que omitieron aquello del fomento de las artes y las ciencias, tal vez, además, porque habían pasado 70 años respecto de la Constitución de los EEUU y algunos vientos ya habían cambiado.
Pero la idea base de esto era que si le damos a autores e inventores algún poder de control sobre su obra, entonces podemos garantizar algún estímulo para que produzcan más y los independizamos de la voluntad de los editores, los mecenas y los gobiernos, así pueden vivir de su obra. Este es un experimento político-económico. Como experimento, a lo largo del tiempo hemos visto que ha fallado miserablemente respecto de las intenciones declamadas, al mismo tiempo que ha sido usado con intenciones que no eran las originales, esto es, la apropiación de este conjunto de saber, colectivamente construído pero individualmente asignado, que ha pasado a las manos de las grandes corporaciones de todos los colores.

De hecho, cuando pasen por alguna librería, hagan el ejercicio de leer las páginas que nadie lee de los libros: la retiración de la portada y el reverso de la primera página, ahí donde dice Copyright [algún año] y vean que la proporción de copyright asignada a los editores en comparación con la de los autores es monstruosamente desfavorable a los autores. O cuando se fijen en la tapa de un disco, van a ver que el copyright y los derechos de producción no son del artista sino de la disquera. De hecho, en promedio, un artista cobra de la disquera más o menos entre el 3 y el 5% del valor de tapa del disco.

Esta transacción, particularmente respecto de la transmisión escrita de las ideas, funcionó más o menos bien hasta la década del 80, porque se necesitaba cierta capacidad industrial para reproducir las ideas. Digamos: montar una imprenta en casa, si bien es factible, no es sencillo y es relativamente costoso. Todo este aparato y esta transacción social que decíamos al principio, donde todas las partes más o menos se beneficiaban con alguna ventaja comparativa, se fue verdaderamente a los caños con la revolución digital.

Ahora copiar tiene un costo marginal que es casi cero. La capacidad de crear sigue estando limitada a

"...frenar la reproducción de información digital es cercano a lo técnicamente imposible. De hecho en el mundo digital no existe el concepto de copia. Uno reproduce originales ya que las copias son indistinguibles del original"

la capacidad de crear de los humanos, pero la capacidad de reproducir el conocimiento está al alcance de todos. Si yo encuentro un texto interesante, quiero distribuirlo a mis amigos, lo copio en un mensaje de correo electrónico y lo distribuyo. Si encuentro alguna música que quiero compartir, o bien se la envío a mis amigos adosada a un mensaje de correo, o la subo a una red para compartir música y la distribuyo. El costo para mí9 y para mis amigos es muy cercano a cero: el consumo de energía que pueda hacer en su máquina, más algunos electrones que van y vienen y ya. La transacción se ha vuelto sumamente desfavorable para nosotros como sociedad, ya que nuestro derecho originario a reproducir libremente el conocimiento es hoy perfectamente realizable.

Así es cómo ahora este desbalance provoca un enorme descalabro de todo el sistema. Pero además, hay que recordar que frenar la reproducción de información digital es cercano a lo técnicamente imposible. De hecho en el mundo digital no existe el concepto de copia. Uno reproduce originales ya que las copias son indistinguibles del original. A diferencia del mundo analógico, donde hay una pérdida de calidad entre una generación de copia y otra, en el mundo digital las copias son

absolutamente indistinguibles de los originales, ya no tenemos el problema de la calidad, ni siquiera problemas de economía de escala en la reproducción. Sale más o menos lo mismo reproducir 10 mil ejemplares que 10. La transacción social que funda la alienación de este derecho social a reproducir el conocimiento ha terminado, y ha terminado con fenómenos que vemos todos los días. Todos nos bajamos música de algún lado y no consideramos que esto sea un grave delito. Los que consideran que esto es un grave delito son los productores fonográficos, ni siquiera los artistas. Muchos artistas consideran que a mayor difusión mejor, porque la mayoría de los artistas no ganan plata de los discos sino de los recitales, o de los conciertos y las presentaciones en vivo. Los discos son su fuente de difusión, pero su fuente de ingresos suelen ser las presentaciones en público.

Entonces, ¿quién pierde con esta transacción? Los que están anclados en el modelo antiguo, los dueños de los derechos. Por esta razón, los dueños de derechos se han puesto de punta de modo tal que avanzaron primero en un sentido: lo que originalmente era una transacción de tipo comercial, el intercambio de un bien por un cierto monto de dinero, ha pasado a la esfera penal. Los detentores de los derechos de autor han alienado el poder de coerción del estado para resolver un conflicto comercial. Fotocopiar libros o copiar discos es delito. Ya no es más un problema de la esfera del derecho civil o del derecho comercial, sino que ha pasado de manera más o menos tremendista a la esfera del derecho penal.

Y además se ha inventado una neolengua a tales efectos, el newspeak del que nos hablaba George Orwell en su novela “1984”, como por ejemplo la palabra “piratería”. Piratería, amigos mios, es el acto de tomar naves en el mar. Comparar esto con el acto solidario de pasarle una canción que a mí me gusta a un amigo es un acto de propaganda de guerra. La definición de piratería como tal no es inocente, están comparando un acto característico de salvajismo con un comportamiento que se ha convertido en comportamiento usual de la sociedad.

Claro, la razón de esto es no sólo conservar el terreno ganado en términos de apropiación del conocimiento social, sino además ganar más terreno, lo que implica avanzar con la apropiación

"Ahora copiar tiene un costo marginal que es casi cero. La capacidad de crear sigue estando limitada a la capacidad de crear de los humanos, pero la capacidad de reproducir el conocimiento está al alcance de todos"

privada de otras formas de conocimiento que han sido tradicionales y sociales. Lo más preocupante en este aspecto es la apropiación sobre la vida, sobre la información genética, sobre los procesos de transformación de semillas. El maíz es un ejemplo característico de esto. Ustedes saben que el maíz no existe en la naturaleza, no existe un maíz salvaje. El maíz es un esfuerzo de bioingeniería que los indígenas de Mesoamérica realizaron durante centenares y miles de años, y difundieron libremente de un extremo a otro de América. Invasión colonial mediante, el maíz terminó difundiéndose por el resto del mundo, y es hoy una de las bases alimentarias del planeta. Esto fue un trabajo de bioingeniería (no confundir con ingeniería genética) que llevó muchos años y muchos esfuerzos, y a nadie se le ha ocurrido pagarle patentes a los indígenas de Mesoamérica.

Imaginen si los indígenas fueran Monsanto. Y por supuesto que Monsanto tampoco está dispuesto a reconocérselo. Pero este proceso de apropiación se ha extendido primero a las semillas y ahora también a otras formas de vida, a formas de vida orgánicas, lo que los especialistas del área llaman las biotecnologías verdes y rojas, cuando se refieren a vegetales y animales.
Así es como está planteada la cuestión ahora en términos de mayor apropiación de los bienes comunes del conocimiento.

Este proceso de apropiación viene asociado, además, con extensiones cada vez mayores de los plazos de exclusividad. Recuerden que la primera ley de copyright de los EEUU asignaba derechos exclusivos al autor por 14 años. Los legisladores de aquel entonces consideraban que 14 años era un tiempo más que razonable para que el autor tuviera una remuneración justa por la obra que había creado. Progresivamente se fueron extendiendo a 25, 30, 50, 70 o 90 años. Es decir que a medida que la economía se fue acelerando, y uno podía esperar que los retornos de beneficios para el autor fuesen más rápidos, los monopolios de exclusividad se hicieron más largos, cosa muy curiosa. Yo supongo que la Sra. Rowling está más que bien remunerada por las ventas de Harry Postre y el Flan con Crema1 en los 2 primeros años de la edición. Sin embargo, sus derechos la van a sobrevivir durante 70, 80 o 90 años. Cosa muy curiosa: se supone que en economías más eficientes y retornos más veloces, los plazos de monopolios deberían ser menores, pero ciertamente ha sucedido todo lo contrario.

Ahora, decíamos, por un lado está este nuevo desbalance entre nuestra capacidad social de

" Piratería, amigos mios, es el acto de tomar naves en el mar. Comparar esto con el acto solidario de pasarle una canción que a mí me gusta a un amigo es un acto de propaganda de guerra"

reproducir el conocimiento y la avidez de las corporaciones que lo controlan o pretenden controlarlo. Y esto se da en todos los campos, en el campo de la expresión artística, de la ciencia y de la tecnología, del desarrollo biológico, con dos fenómenos principales y otros accesorios.

Los dos fenómenos principales, al menos los más conocidos, son el derecho de autor (copyright en la legislación de los países de habla inglesa: copyright y derechos de autor no son exactamente lo mismo, pero permítanme que los asimile por un rato, ya que sus consecuencias prácticas son las mismas), que se aplica a la expresión de las ideas, y patentes por otro. Las patentes son otro mecanismo de monopolio temporal, que se aplica a los métodos y procesos que implementan ideas.
Las ideas como tales no son patentables, ni registrables bajo derecho de autor. Mientras permanecen en la cabeza de alguien no son sujeto de ningún derecho porque están en la esfera de la intimidad de cada uno. Cuando las ideas se expresan, a partir del momento de su primera fijación - según dice la Convención de Berna - empiezan a ser sujetos de derecho de autor. Cuando me pongo a escribir en cualquier parte, adquiero automáticamente derechos sobre todo aquello que he escrito.

Las patentes son otra clase de sistema que básicamente exige, a cambio del derecho exclusivo de la explotación de la invención por un tiempo limitado, la publicidad de los detalles técnicos de la invención. Para patentar algo debo describir con cierto nivel de precisión cuál es el método o el proceso que estoy patentando. Tradicionalmente no se habían admitido patentes sobre muchas cosas que se consideraban preexistentes. Por otro lado, las patentes siguen una serie de criterios. No todo es patentable. Para que una invención sea patentable, primero debe ser una invención, es decir, algo inventable y no simplemente un descubrimiento, tiene que ser una creación nueva, con las limitaciones que decíamos antes de la creación social lo que implica una frontera ciertamente difusa; debe ser no obvio, es decir, que para un experto en el área de que se trate, la invención no debe ser posible de deducir automáticamente del estado anterior del arte y de la ciencia; debe emplear fuerzas controlables de la naturaleza, y debe tener aplicación industrial. Estos son los requisitos para el otorgamiento de las patentes, requisitos que se han relajado notablemente.

Desde la década de los '80 y particularmente en los '90 surgió una tendencia en los países centrales a permitir el patentamiento de casi cualquier cosa. Por ejemplo, tradicionalmente, los algoritmos matemáticos no eran sujeto de patentes, por razones muy bien fundadas. La primera razón es que un algoritmo matemático no es un invento sino un descubrimiento, la segunda razón es que un algoritmo matemático implica un valor de verdad, verdad matemática por cierto, que como ustedes saben es bastante relativa porque la matemática es tautológica, sólo piensa sobre sí misma. Si fueran patentables los algoritmos matemáticos, llegaríamos al ridículo de tener que pagar regalías por afirmar que 2+2 es 4. Tampoco son patentables los elementos preexistentes de la naturaleza, aunque no hubiesen sido descubiertos.

Pero todo esto se salió de madres en los '80s y '90s, y hoy van a encontrar multitudes de patentes ridículas. Para demostrar las falencias del sistema de patentes, en 2000 o 2001, alguien patentó un método para hamacarse de costado. Tradicionalmente, la costumbre tradicional es hamacarse de atrás hacia adelante, cargando y descargando el peso. Esta persona patentó el método de cargar

"...se supone que en economías más eficientes y retornos más veloces, los plazos de monopolios deberían ser menores, pero ciertamente ha sucedido todo lo contrario"

alternativamente el peso hacia los costados para que la hamaca se balancee de derecha a izquierda. La patente en cuestión fue objeto de tanta mofa que el año pasado, después de 4 o 5 años, terminó siendo declarada no válida, pero estuvo vigente varios años. En el año 2000, cuando se modificó el sistema de patentes de Australia, un abogado australiano opuesto a la reforma presentó una solicitud de patente por algo llamado “dispositivo circular de ayuda a la locomoción” - la rueda - que por supuesto nadie había patentado antes. En realidad, todavía no se la concedieron, pero bajo el régimen de patentes australiano actual, se obtienen derechos a partir de la presentación, por medio de un mecanismo de reserva. Se puede ir a la oficina de patentes australiana con la solicitud más ridícula y se obtienen derechos transitorios sobre aquello que se propone, al menos hasta que la oficina de patentes lo revise.

A muy grandes pinceladas, esta es la escena hoy. Por un lado, el ansia de apropiación de un espacio antes no mercantilizado en el cual se produce un proceso de mercantilización; un proceso de expropiación del patrimonio común, como antes lo fue con las tierras de pastura, hoy lo es con el conocimento, en beneficio de un segundo salto de acumulación de la sociedad del capitalismo industrial. Ahora saltamos a lo que bautizamos provisoriamente como capitalismo post-industrial, cuyos márgenes de rentabilidad son ultrajantes respecto de la producción de bienes.

Permítanme poner un ejemplo de esto. Los márgenes de utilidad de la industria farmacéutica, cada vez que lanzan al mercado un nuevo medicamento, están alrededor del 500%. Es decir que el costo de producción del medicamento es una quinta o una séptima parte del costo al que llega a los consumidores. Ustedes me dirán "pacientes", pero acá se ha creado una industria del consumo de medicamentos. Un dato interesante es que la Argentina es uno de los mayores consumidores per cápita de psicotrópicos del planeta, somos una sociedad movida a Rivotril y Lexotanil, que pueden adquirirse impunemente en las farmacias. Lo cierto es que ahí está puesto el interés de las corporaciones farmacéuticas.

En el mundo de software pasa más o menos lo mismo. El programa estrella de la corporación Microsoft, su suite de oficina, cuesta alrededor del 15% de la utilidad total que genera, que es del orden del 500%. Lo curioso es que si uno analiza los números de la industria farmacéutica y la

"...las ideas como tales se supone que no son patentables ni registrables bajo derecho de autor "

industria del software, encuentra otras sorprendentes coincidencias. Por ejemplo, que el mayor gasto de ambas industrias no está en investigación y desarrollo, sino en marketing.
Y claro, seguimos con las coincidencias, la industria farmacéutica y la industria del software usan “vectores” para transmitir su esquema de ventas a la sociedad. En la industria farmacéutica es el médico, la muestra gratis, pequeños sobornos cotidianos tales como regalar un viaje a Aruba al médico que más receta cierto medicamento, o algún otro souvenir como una lapicera o un cenicero con la marca de un jarabe para la tos.

La industria del software aprendió mucho de la industria farmacéutica y también tiene sus vectores. En este caso, usa el sistema educativo como vector. La generosidad de las corporaciones de software en diseñar planes con el ministerio de educación es generosidad para consigo mismos, es usar el sistema educativo como factor de transmisión hacia la sociedad, es decir, usar a quienes enseñan para que transmitan a nuestros hijos un sistema de valores donde un procesador de textos está asociado a una marca comercial determinada o una planilla de cálculo es de una marca comercial determinada. Como bien diría Carlos Marx, crear un ejército industrial de reserva, y lo estamos creando con fondos públicos.

¿Cuánto pone la corporación Microsoft para que enseñemos en nuestras escuelas a usar Word ? ¿Pondrá 200 mil dólares al año? ¿Cuánto pone? Lo cierto es que el resto lo ponemos nosotros, los ciudadanos, con nuestros impuestos. Cosa muy curiosa, de las que ocurren hoy en día, en este escenario que estamos apenas tratando de dibujar esta mañana.
Muchas gracias

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1 NdE: El autor bromea aquí sobre la saga de Harry Potter.

© 2006 Enrique Chaparro

Desgrabación del Seminario "Prohibido pensar, propiedad privada / la privatización de la vida, el conocimiento y la Cultura" Chapadmalal, Provincia de Buenos Aires. Argentina
Domingo 29 de octubre de 2006. Desgrabación y correcciones de redacción: Beatriz Busaniche


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