Elogio del fraude flagrante

Los que dedicamos tiempo a difundir información acerca de los riesgos del voto electrónico (yo llevo más de 15 años y contando) nos encontramos con muchos obstáculos: desde los empresarios inescrupulosos hasta los políticos corruptos que los habilitan desde todos los partidos, pasando por los medios a los que la primicia y el resultado ya les importa mucho más que la integridad de la elección, la cosa es muy cuesta arriba.

Pero el peor de los obstáculos es, en realidad, que nuestro mensaje requiere aceptar una verdad muy contraintuitiva: que las denuncias de fraude son el indicador de un sistema electoral saludable.

¿Cómo?

La mayoría de las veces que hablo de voto electrónico con gente que no tiene experiencia en seguridad, la conversación fluye así:

Yo: El voto electrónico menos seguro que el de papel por <terabytes de argumentos>.
Interlocutor/a: ¿Pero vos viste las cosas que hacen con el papel? En las últimas elecciones <anécdota describiendo una maniobra flagrantemente fraudulenta, contada en primera, segunda o enésima persona>.

Lo que esta persona no tiene en cuenta es que la obviedad de la maniobra proviene de que fue hecha con papel, que todo el mundo entiende, y por lo tanto todo el mundo se da cuenta. La maniobra equivalente, ejecutada sobre bits, involucraría acciones más encubiertas e incomprensibles para el ojo no entrenado. El fraude existiría lo mismo, pero no habría anécdota para contar.

Sólo un puñado de especialistas podrían, quizás, tener alguna esperanza de detectar una maniobra fraudulenta. Pero por cierto: ¡el procedimiento mediante el cual podrían llegar a determinarlo es, para un lego, indistinguible del procedimiento necesario para hacer trampa!

Desde el punto de vista de ingeniería de seguridad, el enfoque es el siguiente: si estamos de acuerdo de que en toda elección existen actores que quieren hacer trampa, lo esperable es que haya denuncias. Si no las hay, hay que preocuparse: las trampas no dejaron de existir, simplemente no las estamos detectando.

Por cierto, si lo que queremos es solamente que los diarios no estén llenos de malas noticias, esconder la realidad es un camino, pero no necesariamente el más recomendable.

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