Según OMPI, sin patentes no hay tecnología

Como todos los años desde el 2000, la OMPI nos invita a festejar, este 26 de abril, el Día Mundial de la Propiedad Intelectual. En este día, organizaciones afines a la OMPI están invitadas a organizar eventos y acciones mediáticas que contribuyan a los objetivos de la celebración:

  • dar a conocer la incidencia de las patentes, el derecho de autor, las marcas y los diseños en nuestra vida cotidiana;
  • ayudar a entender por qué la protección de los derechos de P.I. permite impulsar la creatividad y la innovación;
  • celebrar el espíritu creativo y la contribución de los creadores y los innovadores al desarrollo de todas las sociedades;
  • instar al respeto de los derechos de P.I. ajenos.

A estos fines, el director de la OMPI, Kamil Idris, ofrece un mensaje destinado a ilustrar estos objetivos. Lamentablemente, ni el Sr. Idris ni la organización que dirige se caracterizan por su mesura: de la misma manera que OMPI insiste en reclamar monopolios cada vez más extensos en duración y alcances para las patentes, los derechos de autor y otros regímenes, el mensaje de este año exagera al punto de atribuirle a éstos la responsabilidad indiscutida por el bienestar de la humanidad. Quizás lo más involuntariamente gracioso del texto es que contradice los mismos objetivos enunciados para el evento.

La misiva de este año está dedicada a celebrar el ingenio humano, que nos ha provisto de incontadas maravillas que mejoran nuestra vida, y menciona como ejemplos a la imprenta, a los aviones y a Internet, y establece la conexión con los “derechos de propiedad intelectual” afirmando que sin ellos “no se hubieran podido desarrollar tecnologías para combatir los problemas que afectan a todo el mundo”. 1

Si analizamos la lista de maravillas de la tecnología mencionadas en el mensaje, sin embargo, notaremos que cada uno de ellos muestra que las patentes no sólo no son imprescindibles para el avance de la técnica, sino que pueden ser perjudiciales al mismo. La imprenta, por ejemplo, fue perfeccionada por Gutenberg en 1440, cuando las patentes en su forma moderna recién comenzaron a aparecer en Venecia mucho más tarde, en 1474. No sólo Gutenberg contradice la idea de que sin patentes no tendríamos imprentas: en realidad, en China la imprenta de tipos móviles ya había sido inventada más de cuatrocientos años antes, y tampoco en ese caso hubo patentes involucradas.

El caso de los aviones es particularmente interesante, porque muestra cómo las patentes pueden ser dañinas para el avance del arte. Cuando los hermanos Wright lograron el primer vuelo controlado, obtuvieron una patente sobre el uso de superficies móviles para controlar el vuelo de una aeronave. En EEUU consiguieron defender vigorosamente esta patente, lo que les permitió controlar el desarrollo de la aviación ya que los convertía, a todos los efectos prácticos, en los únicos que podían construir aeronaves. Mientras tanto, las cortes de Europa prestaron poca atención a la patente de los hermanos Wright, lo que permitió que la aviación en Europa avanzara mucho más rápido que en EEUU. La situación se volvió tan insostenible que, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el gobierno de EEUU debió forzar a los hermanos Wright a compartir su patente con otros productores de aviones, para no seguir perdiendo terreno en su desarrollo.

Contra lo que muchos pueden pensar, Internet no fue la primera candidata para cumplir la función de conectar las computadoras del mundo. Antes de ella hubo muchas redes, construidas por grandes empresas, y cada una con sus méritos y desventajas relativas respecto de Internet. Pero lo que diferenció a Internet de las demás, y lo que le permitió convertirse en la Red de Redes, fue precisamente el hecho de que renunció a toda pretensión de “propiedad intelectual”: para todas las demás redes, era necesario obtener licencias de sus “dueños” si uno quería construir una computadora capaz de conectarse a ella, o si quería ofrecer un servicio a través de ella. Los diseñadores de Internet, por el contrario, tomaron la decisión consciente de evitar todo tipo de restricción. Es gracias a esta apertura deliberada que hoy Internet domina el mercado y es la cuna de innovación que conocemos, mientras que las demás redes han caído en el olvido.

Nada de esto implica que las patentes sean innecesarias en todos los casos, pero la exageración en la que una vez más cae la OMPI aporta poco al objetivo de “dar a conocer la incidencia de las patentes, el derecho de autor, las marcas y los diseños en nuestra vida cotidiana y ayudar a entender por qué la protección de los derechos de P.I. permite impulsar la creatividad y la innovación;”, asignarle a las patentes el mérito por la existencia de tecnologías que nada le deben parece ir en contra de la idea de “instar al respeto de los derechos de P.I. ajenos“.

Lo que es peor, reducir el impulso inventivo de las personas a la mera persecución de un beneficio económico, dejando de lado la pasión y la creatividad como motores esenciales de la naturaleza humana, es una manera muy poco efectiva de “celebrar el espíritu creativo y la contribución de los creadores y los innovadores al desarrollo de todas las sociedades”.

  1. Debemos entender que por “propiedad intelectual” el Sr. Idris entiende, en este caso, el derecho de patentes, ya que es el único que se aplica a las invenciones. La aclaración es necesaria porque en Argentina, “propiedad intelectual” se refiere exclusivamente al derecho de autor, que no está relacionado con invenciones sino con expresiones originales, mientras que las patentes están enmarcadas en la “propiedad industrial”. []

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