¿El voto electrónico mejora la democracia?

El llamado “voto electrónico” está siendo promovido como una alternativa eficiente y segura para la emisión del sufragio. La afirmación de que es seguro, sin embargo, choca con las conclusiones de la comunidad científica, que afirma que no es posible construir una urna electrónica segura. La votación es un elemento demasiado central a nuestra forma de vida como para basarlo en mecanismos no controlables.

Eficiencia vs. Eficacia

En los últimos tiempos, se escuchan voces promoviendo el voto electrónico y destacando lo que perciben como sus ventajas. Algunas de estas voces llegan a pintar a los dispositivos de voto electrónico como la cura a muchos de los males de la democracia moderna. En algunos países, el voto electrónico ya es usado ampliamente, y en los demás se realizan pruebas piloto, conferencias y eventos para promover su uso. Los argumentos a favor de esta modalidad de votación generalmente destacan que las urnas electrónicas impiden ciertos tipos de fraude electoral, por ejemplo el voto en cadena, y que las urnas electrónicas permiten hacer elecciones más eficientes: no es necesario imprimir boletas, con lo que se reducen costos, y los resultados pueden ser anunciados con mayor rapidez, ya que el escrutinio es automático. Esto permitiría, incluso, reducir tanto el costo de las votaciones que volvería económicamente factible votar con más frecuencia, y sobre más cosas, lo que permitiría una mejora de la calidad de la democracia.

Dejando de lado por un momento que la sociología y las ciencias políticas nos enseñan que más elecciones no equivalen a más democracia, el argumento de la eficiencia es muy seductor en nuestros tiempos. Tan seductor que, sin darnos cuenta, a menudo sacrificamos eficacia (es decir, hacer bien las cosas necesarias) a cambio de eficiencia. En las sabias palabras de un gran amigo, “nada hay peor que hacer eficientemente lo que uno no debió hacer nunca.” El ejercicio del sufragio es esencial a nuestro modo de gobierno. Es mucho más importante hacerlo bien que hacerlo rápido o barato.

Otras alternativas eficientes

Si efectivamente lo que nos ocupa es la eficiencia de la emisión y conteo de votos, me tomaré la libertad de proponer una alternativa de mi invención, que presenta todas las ventajas de las urnas electrónicas y agrega algunas propias: el voto eclesiástico. La idea es muy sencilla: en vez de convocar a los ciuadadanos a que voten en las escuelas, podemos pedirles que vayan a las iglesias a votar. En ellas, los fiscales de los partidos verificarán sus documentos, y dirigirán al elector a un confesionario. Una vez en el confesionario, el ciudadano le comunica al sacerdote su voto, y éste lleva la cuenta haciendo anotaciones en un cuaderno. Cerrado el acto eleccionario, los sacerdotes de la parroquia se reúnen, comparan notas, y anuncian el resultado local, comunicándolo a la diócesis. Ésta consolida los resultados de las parroquias, los anuncia y comunica a la arquidiócesis, y así hasta llegar al Obispado, que finalmente anuncia el resultado definitivo.

El procedimiento es sencillo y eficiente, utiliza infraestructura existente, tiene bajos costos, elimina algunas formas de fraude, y puede proporcionar los resultados con una rapidez comparable a la del voto electrónico. Además, tiene la enorme ventaja de que involucra, como garantía del proceso, a una institución que predica la verdad y el amor como virtudes supremas, y cuyos agentes han jurado dedicar su vida por entero a esos ideales.

Sin embargo, cualquier persona de vocación democrática, independientemente de si profesa la fe católica o no, sabe que lo que acabo de proponer es un disparate inaceptable. La razón es muy sencilla: además de confianza, necesitamos control. Por mucho que confiemos en la Iglesia como institución, nadie aceptaría un escrutinio hecho de la manera descripta más arriba porque no es posible controlar que nadie en el proceso haya falsificado los resultados.

Esto mismo se aplica al voto electrónico: dentro de las urnas electrónicas hay un programa que, al igual que el sacerdote dentro del confesionario, lleva la cuenta de los votos haciendo notas internas. Cualquier persona que conozca los rudimentos de la programación de computadoras sabe lo sencillo que es hacer un programa que mienta sobre los resultados de una elección. Los especialistas en seguridad informática de todo el mundo advierten en numerosas publicaciones que es matemáticamente imposible hacer un sistema de voto electrónico puro en cuyos resultados se pueda confiar. Las mismas urnas electrónicas que vuelven imprácticas algunas formas actuales de fraude electoral, abren la puerta a una nueva forma de fraude, una que permite la falsificación masiva y a muy bajo precio de los resultados.

Mecanismos de control

Existen varias alternativas de control para las urnas electrónicas. Lamentablemente, casi todos ellos presentan el problema de que, al usarlos, las ventajas del voto electrónico desaparecen.

El mecanismo de auditar completamente el funcionamiento de las urnas es impracticable. Esta es una tarea que sólo podría ser ejecutada por una elite de especialistas, de los que hay muy pocos en el mundo, y requiere la cooperación de las empresas que proveen las urnas así como de todos sus proveedores. Y aún si consiguiéramos todo eso, la eficacia de una auditoría sería más que dudosa: no sólo debemos garantizar que todo el software es correcto (lo que es imposible), sino que además debemos verificar que el software presente en las urnas el día de la elección es idéntico al auditado, tarea que nuevamente requiere de especialistas. ¿Y por qué hemos de confiar en los especialistas, si no queremos confiar en sacerdotes ni en empresas? Una de las muchas virtudes del “anticuado” sistema de escrutino tradicional es que cualquier persona que sepa leer, escribir y hacer operaciones de aritmética elemental está en condiciones de controlarlo. Esta es una característica esencial y no debemos renunciar a ella.

Existen mecanismos criptográficos muy ingeniosos, que permiten que cualquier ciudadano mínimamente entrenado pueda controlar que su voto ha sido contabilizado correctamente. Este es un nivel de control mayor incluso que el que es posible usando el sistema tradicional. Lamentablemente, tienen el problema de requerir equipamiento e insumos especiales, que aumentan el costo hasta hacerlo más caro que la alternativa analógica, y además vuelven a introducir la posibilidad de fraude: si el elector puede verificar que su voto fue contado correctamente, también puede usar esa información para demostrar ante terceros que votó de una cierta manera, lo que facilita la compra de votos.

La única posibilidad razonablemente verificable de usar voto electrónico sin tirar por la borda la seguridad electoral es mediante urnas que lleven un registro físico en papel de los votos emitidos. Lamentablemente, esto es caro, y más difícil de lo que parece: cualquier persona que haya tratado de descifrar un ticket de supermercado puede imaginar la pesadilla que podría ser desentrañar una boleta electoral impresa en formato ticket, y además queda por resolver qué hay que hacer con los tickets para que sea posible contarlos para contrastar con los totales de la urna y al mismo tiempo sean inútiles como comprobantes de haber votado de cierta manera.

Una alternativa factible es realizar la votación mediante formularios que contengan a todos los partidos, dejar que los votantes marquen su elección con tinta, y usar un scanner óptico para hacer un escrutinio automático, verificable mediante un simple recuento manual. No hay nada en contra de un escrutinio electrónico, pero digitalizar el acto mismo de la emisión del voto es extremadamente peligroso para la democracia.

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