“A la gente se le vende una porquería y se la educa para que la use”

Este artículo fue publicado por el Diario Página 12 en su edición del 11 de mayo de 2009.

*Por Verónica Engler

El italiano Roberto Di Cosmo tiene en la mira a Microsoft y las grandes corporaciones informáticas. Intenta quebrar el discurso único que plantean para el desarrollo tecnológico. Y lo hace a través de su trabajo por el software libre, uno de los mayores instrumentos de crecimiento económico e industrial. Aquí explica su tarea y su visión sobre el poder y el negocio de la tecnología.

–Tanto en su artículo “Trampa en el ciberespacio” como en su libro Asalto planetario. El lado oscuro de Microsoft usted planteaba un escenario informático mundial de extremo control sobre la información de los usuarios, al lado del cual el Gran Hermano de 1984 parecía una broma. Hoy, a más de una década de haber escrito ambos textos, ¿cambió su visión?

–Ese escenario no cambió mucho. Pero la cantidad de información que nosotros pusimos bajo forma digital aumentó masivamente. Hoy se pueden saber un montón de cosas de otra persona. Y el tema de controlar todo no está sólo en Microsoft, que era la empresa que apuntaba a hacer eso hace diez años. La estrategia de ellos era muy clara, querían controlar los servidores, los clientes, las máquinas, los navegadores, todas las herramientas de Internet. Querían controlar todo eso por razones económicas, pero una vez que se crea un armatoste de ese tipo significa más poder. Y hoy en día la cosa se volvió más compleja porque hay más, está Google por ejemplo, con la diferencia de que ellos tienen un principio ético-moral, que dice “don’t be evil”, “no sea malo”, aunque eso no tranquilice demasiado, pero por lo menos da un poco de paz en relación con la gente de Microsoft, cuya divisa nunca fue “no sea malo”, sino “cague a todos los que pueda a condición de mantenerse primero en el mundo”. Ese tipo de situación es todavía más impresionante desde el punto de vista de la población que no toma conciencia de los peligros que implica dejar toda su información en red. Hay tantas cosas útiles, prácticas y cómodas, como Facebook, donde uno pone información, se contacta con amigos y termina poniendo la mitad de su vida ahí. Así son los sitios de redes sociales en general, no sólo Facebook. Y lo que pasa es que después eso tiene consecuencias. Está todo basado en una regla autoimpuesta de las empresas. Si uno decide irse de Facebook, YouTube o Flicker, ¿puede borrar sus cosas, bajar sus fotos? No. ¿Y cómo se hace para hacer desaparecer toda esa información que uno ya no quiere que esté online? No se sabe. Una vez que se ponen las cosas ahí, después no se sacan nunca más. No sé si acá llegó, pero en Norteamérica y en Europa ya hay reportes de gente que empieza a tener problemas porque, por ejemplo, cuando se van a presentar a una empresa para que los reclute, los buscan en Internet y encuentran todas sus páginas y miran todo lo que hizo esa persona, y capaz no les gusta lo que ven y no le dan trabajo, y eso es muchísimo más eficaz que pagarle a un detective privado. Todavía no hay sensibilidad para eso, que es un problema real de seguridad. Pero con respecto a hace diez años, en algunas cosas sí hubo mejoras. Porque yo pensaba que no había manera de salir del monopolio de Microsoft, porque tenían demasiado poder. Pero hoy en día se ven pruebas de que todo el movimiento de software libre se profesionalizó, entró en las empresas, creó infraestructura. Y eso (el software libre) está basado en un principio completamente opuesto al de la empresa tradicional. Eso da un poco de esperanza, pero no tranquiliza acerca de la seguridad de la información. Se tiene que volver una prioridad industrial mantener la confidencialidad de la información personal, dar la posibilidad de borrar las cosas que uno no quiere que circulen más.

–¿Por qué si está tan probada la vulnerabilidad de un programa como Windows sigue siendo el sistema operativo más utilizado?

–El hecho de que hay productos de software que son una porquería, que los vendan caro y que no se pueda elegir otra cosa, no es un problema tecnológico, es un problema económico de mercado. El teclado que usamos hoy en día, el Qwertyw, en su origen era para que las chicas que tipeaban hace doscientos años pudieran ir más lento porque si no se trababa la máquina, entonces eligieron esa disposición de las teclas. Buscaron la disposición del teclado más innatural, la que atrasa más cuando se tipea. ¿Hoy en día tiene algún sentido? No, hoy esta computadora (dice señalando su notebook) podría resistir a un superhéroe que tipeara quinientas mil palabras por minuto, pero sigue eso así porque fue un estándar impuesto por reglas de mercado, por la mala tecnología de la época, porque no sabían hacer máquinas de escribir bien, entonces trabaron al usuario y después el usuario a fuerza de educarse para usar una cosa mala se quedó con eso. Casi todo el mundo tiene Windows, trabajan lento, le llenan de cosas la computadora y después les venden tres antivirus. El hecho es que a la gente se la acostumbra así, se le vende una porquería, se la educa para que use esa porquería, y de esta manera se tiene un mercado alrededor de la porquería y eso no se destraba fácilmente. ¿Por qué uno no se puede sacar de encima los productos de Microsoft? Porque cuando compra una PC viene con el Windows, y aunque no lo quiera lo tiene que pagar. Pero eso no es un problema tecnológico, sabemos hacer cosas mucho mejores. El problema es cómo hacer para que la gente cambie de cosas que son tecnológicamente malas a cosas que son tecnológicamente buenas. En Francia hace diez años que peleamos de varias formas, muchas veces se termina en juicios que de a poco las asociaciones de usuarios van ganando. Acá en Argentina, en la época de la crisis de 2001-2002, con la devaluación del peso, instalar el Windows en una máquina y cobrarlo salía carísimo. Entonces se abrió una posibilidad de mercado para que se instale un Linux (sistema operativo software libre, alternativo a Windows, que se desarrolló en diversas distribuciones, que son variedades del mismo programa), que lo hace una empresa que se llama Pixart, y ellos aseguraban que cuando se compraba la computadora todo funcionara con el Linux. Si la gente lo usa, después se puede hacer formación, crear programas, productos, cosas autónomas, y te liberás de ese desastre.

–¿Y por qué no hay más casos como el de Pixart, que logró trabajar con los fabricantes de computadoras para que acepten venderlas con Linux?

–Porque Microsoft les dice a los fabricantes de computadoras: “Si instala Windows en todas sus máquinas, sin ninguna excepción, cada copia sale cincuenta. Pero si hay una sola máquina en la cual no se instala mi Windows, entonces cada copia sale cien. Además, si lo instala en todas, le doy plata en campaña de publicidad”. Con esas condiciones, al fabricante de computadoras, aunque tenga el veinte por ciento de gente que no quiere Windows, le sale más barato ponerlo en todos lados y bancarse a ese veinte por ciento de gente que no lo quiere y explicarles o mandarlos a la mierda. Todas estas modalidades no son para nada éticas y, de alguna forma, son ilegales. Hay juicios contra Microsoft en Estados Unidos y en Europa que terminaron en acuerdos, en los cuales Microsoft se comprometía a no hacer más eso, a no cobrar más diferenciadamente. Pero ¿quién controla eso? Por ejemplo, una de las empresas de mi grupo, que se llama Mandriva, edita una distribución de Linux en Francia, y como es francesa, obviamente tiene más entrada en la zona de Africa del norte, que es francófona. Los de esta empresa tenían que equipar unas netbooks (computadoras pequeñas de bajo costo) para educación en Nigeria. Los tipos participaron en una licitación pública, la gente de Microsoft también participó, e igual ganaron los de Mandriva. Vendieron miles de netbooks con Linux, hasta que de repente recibieron un llamado de la gente de Nigeria diciéndoles: “Cambiamos de idea, así que les vamos a pagar todas las máquinas que ya nos llegaron instaladas, pero a partir de ahora vamos a reformatear todo y vamos a poner Windows”. Entonces, el dueño de esa empresa puso un post en su weblog con una carta abierta a Steve Ballmer, el dirigente de Microsoft. Muy sutilmente le dijo que ellos habían ido a corromper al gobierno (de Nigeria). Se armó un lío tremendo y al final volvieron atrás y pusieron software libre por todos lados.

–Sin embargo todavía predomina el mito de que Linux es un sistema operativo para expertos.

–Eso es una mentira. Para doña Rosa puede haber sido difícil usar Linux hace diez años, pero no ahora. Instalar un Ubuntu (una distribución muy popular de Linux) es una cosa muy sencilla. Y en grandes empresas o en administraciones estatales la situación es aún más sencilla, porque en las computadoras de grandes organizaciones sólo se necesita instalar un número de software muy preciso y nada más, cualquier otra cosa que se instala, complica la existencia. En la policía militar de Francia decidieron hace dos años pasar de Office (el paquete de oficina de Microsoft) a Open Office (un paquete de oficina software libre). Y estos militares no son marxistas peligrosos, ¿no? Y ahora decidieron que también van a pasarse a Linux, evaluaron si el cambio afectaba algo en la modalidad de trabajo y vieron que no, por lo que no tenía sentido seguir pagando setenta mil licencias de Windows, una para cada máquina. Esa fue una decisión técnica, no política.

–Todavía impera una idea algo romántica en torno del software libre. Se supone que quienes usan o desarrollan este tipo de tecnología forman parte de una tribu anárquica que sólo trabaja por liberar la información del yugo del capital.

–Crear proyectos de software libre y tener éxito no es sencillo. Es algo difícil cuando uno solamente lo encara desde el punto de vista filosófico. Lo que funciona y tiene éxito, en general, tiene toda la comunidad alrededor. Pero esa comunidad no nace por generación espontánea. A veces a mí me hartan un poco esos sociólogos que vienen a estudiar el fenómeno del software libre y explican que esto es la nueva versión del marxismo porque la gente contribuye. Una vez escuché a un tipo que decía que Linux está desarrollado por miles de personas de manera completamente distribuida y cada uno escribe unas líneas, después se pone todo junto y mágicamente funciona, y esa es la inteligencia colectiva. ¿Ese señor habrá visto alguna vez en su vida una línea de código? Seguro que no. Porque el software libre es una cosa compleja. No se desarrolla de manera caótica, se crea con un equipo pequeño, al principio no hay comunidad. Ese equipo desarrolla una idea que poco a poco atrae interés y llega a una situación de comunidad alrededor de una base de código y con una estructura de gobierno del código muy importante, que puede ser variada, pero nada es anárquico, al revés, está muy bien estructurado, pero es una estructura en la que la gente puede participar sin depender de decisiones centrales del mando de una empresa.

–¿Por qué le parece importante que el software libre empiece a utilizarse en la administración pública?

–Los gobiernos lo que tienen que hacer es parar de decir que como ellos no entienden nada de tecnología o de computación, entonces van a ver en el mercado lo que hay y compran lo mejor de lo que les vende el marketing. Se tienen que dotar de conocimientos internos. El software que el Estado contrata para infraestructura neurálgica tiene que ser duradero, es decir, tienen que ser capaces de controlar ese software de acá a veinte años. Hubo un momento en que el Estado argentino no podía hacer más documentos de identidad porque la máquina que los editaba se la habían comprado a Siemens con su software y los de Siemens se fueron con todos los técnicos, y el Estado se quedó por meses sin documentos. ¿Cómo puede ser que pongan infraestructura fundamental del Estado en tecnología que depende de otros? En cualquier libro de administración, en el primer renglón dice: “No se depende de un proveedor único”. Y además la ventaja del software libre es que el pibe de un barrio de Buenos Aires puede tener el mismo nivel de competencia acerca de ese software que un ingeniero de una empresa norteamericana, porque tiene acceso al código fuente (con el que está hecho el programa).

–¿Cómo surge el Grupo de Trabajo sobre Software Libre que usted lidera en uno de los polos de competitividad que creó el gobierno francés? ¿Por qué el grupo está conformado por pymes, grandes empresas y universidad?

–El gobierno francés hace cinco años definió una política con una finalidad económica muy orientada, para la que se crearon polos de competitividad que tendrían tres patas: universidad, investigación y empresa. La idea era poner a esa gente junta para desarrollar tecnología de primer nivel para que esa tecnología llegue a crear y agrandar mercado, y desarrolle la economía de un territorio. Para que eso funcione se necesita investigación que traiga ideas nuevas, universidades que formen los recursos, y también se necesitan las empresas que lleven esas ideas nuevas a productos que lleguen al mercado con una estrategia empresarial. Pero tienen que tener una visión, porque si la única visión del empresario de la pyme es ver cómo llega a fin de mes y no tiene una visión a largo plazo, se va a fundir. El grupo nuestro, que es de setenta miembros, tiene una visión. Se necesita un poco de estabilidad cuando se crea una estructura de este tipo. Nosotros tenemos reuniones cada mes, tenemos una estructura fija, hay como trece personas trabajando a tiempo completo para animar ese polo de competitividad, donde nosotros (el grupo de Software Libre) somos sólo una fracción. Armamos convenciones internas, le pasamos información a la gente, hacemos reflexiones estratégicas a largo plazo, y eso no se hace a la noche en el tiempo que sobra, es necesario gente profesional que lo haga, y es más fácil conseguirlo si se tiene a alguna de las grandes empresas estables que no dependen de qué pasa mañana en la bolsa. Pero esas empresas tienen que saber coordinar y orientarse con todo el tejido de pymes y universidad, tener lo que nosotros en Francia llamamos vocación de servicio. Lo que me sorprendió es que la gente que está en ese polo tiene una visión de país.

–¿De qué manera la interacción entre estos actores puede tener incidencia en el sistema productivo?

–En las actividades de software libre se creó mucho empleo, se necesitan recursos en segmentos de mercado muy distintos. Para ganar plata en el mundo del software, en general, hay dos grandes opciones: el mercado masivo o nichos de mercado. Los nichos de mercado no son algo negativo, sino simplemente que se tienen pocos clientes, muy especializados, pero con muy alto valor adquisitivo. Por ejemplo, unas de las empresas que están en el grupo nuestro trabaja en el sector de seguridad y de aviación. El mundo de la aviación es un nicho porque no hay muchos fabricantes de aviones, pero esa gente tiene exigencias muy altas de calidad de software y están dispuestos a pagar mucho. Lo que se vende es el conocimiento profundo de ese componente de software libre que necesitan. Ellos no se quieren convertir en desarrolladores, necesitan gente que les haga soporte, les dé garantías, exactamente lo mismo que con el software propietario, con la ventaja de que siendo software libre no se quedan atrapados, porque con ese software pueden hacer lo que quieren. En cambio, el mercado de masas tiene una estructura completamente distinta. En el mercado de masas el control de la cadena de distribución es fundamental. Acá, en Argentina, la gente de Pixart apuntó al mercado de masas. Y la razón por la cual Microsoft tiene un juego fácil en intentar eliminarlos si quiere, es que ellos sí tienen el control sobre el canal de distribución.

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