¿Competitividad Informática, o Competitividad Social?

La oportunidad del desarrollo de software1

El avance tecnológico, y en particular el desarrollo de software, es presentado frecuentemente como motor de bienestar social. Los ejemplos exitosos de India e Irlanda sirven de “demostración” de que la “industria” del software como actividad puede generar empleos, mejorar los ingresos y la calidad de vida de la sociedad.

El potencial de creación de valor y riqueza de las nuevas tecnologías de información y comunicación es grande. Sin embargo, el discurso generalizado alrededor de ellas suele hacer más hincapié en la acumulación de fortunas individuales que en la generación de riqueza social.

Es cierto que, en general, la industria del software puede aportar importantes mejoras en nuestra competitividad económica, pero no cualquier industria del software. De hecho, en algunas de sus formas, una industria informática competitiva puede incluso conspirar contra el bienestar y la competitividad de la sociedad como un todo. El fomento de la industria de software puede abrir grandes oportunidades o construir severas amenazas. Por eso es necesario entender de qué hablamos cuando la nombramos, cuáles son sus modelos posibles y sus consecuencias, antes de festejar alguno de ellos como promotor del desarrollo y mejorador de la competitividad en nuestro país.

¿Qué es la “industria” del software?

La palabra “industria” evoca en nuestras mentes imágenes de chimeneas, líneas de montaje, cadenas de abastecimiento, mercados secundarios, puestos de trabajo para personal semi-calificado, insumos y productos, capital y consumo. Abordar la industria de software con estos preconceptos, lamentablemente reforzados por legislación reciente que la equipara a la industria manufacturera, nos condena a conclusiones erradas. La “producción” de software tiene características completamente distintas a la de otros bienes.

La industria del software sólo tiene lugar para personal altamente calificado a través de cuyo trabajo desarrolla productos que no se pierden ni se consumen. Cuando la industria del software “vende” algo, sigue teniéndolo en su poder, y quien accede al software tampoco lo “compra” realmente, ya que éste no ingresa en el marco de lo que podríamos denominar “propiedad”. A menudo quien adquiere software sólo obtiene un limitado derecho de uso sobre él, sin recibir en la transacción los atributos que hacen a la “propiedad” tales como la capacidad de reventa, la posibilidad de utilizarlo y alterarlo según su gusto y necesidad, o la capacidad de destruirlo.

Estas características peculiares hacen necesario un abordaje diferente y apropiado según su naturaleza o, mejor dicho, sus naturalezas, ya que existen distintos modelos de desarrollo y distribución de software, cada uno con sus atributos y consecuencias. Cuando analizamos el rol de la industria y de cada modelo posible, debemos tener en cuenta su realidad contextual amplia, evitando hacer foco única y exclusivamente en su “potencial exportador”, y abordando también su rol como agente de mejora social.

La quimera del oro

El imaginario colectivo suele alimentarse más de costosas campañas publicitarias y acción en los medios masivos que de estadísticas y datos. Así, el paradigma de la industria del software aparece para muchas personas como el de aquellos casos en los que se amasaron suculentas fortunas a partir de la venta de licencias de software. Se trata ni más ni menos que del viejo “sueño americano,” encarnado en el intrépido emprendedor que, armado de una idea y trabajando en su garage, humilla a las grandes corporaciones, logrando rápida fama y fortuna. Este es el espejo en el que muchos empresarios de software gustan mirarse, el modelo en el que muchos piensan cuando imaginan una industria del software exitosa.

La situación actual de la industria basada en la venta de licencias de software, sin embargo, es muy distinta de ese cuento de hadas. Existe, sin dudas, un puñado de personas célebres que se ajustan a sus parámetros, pero antes de hacer estadísticas basados en ellas, debemos tener en cuenta que se trata de una muestra auto-seleccionada: sólo vemos a los pocos que tuvieron éxito. Esa muestra deja afuera y olvida a los miles que lo intentaron y fracasaron. Sería muy interesante poder contrastar el monto de las fortunas creadas por la venta de licencias frente a las sumas perdidas en emprendimientos que no tuvieron éxito. Lamentablemente, esta comparación probablemente sea imposible, ya que los datos de los muchos que fallaron no están tan bien documentados como los de los pocos que lo lograron.

En todo caso, si el modelo basado en la venta de licencias alguna vez funcionó para ciertos casos puntuales, esto hoy ya es imposible. Aquellos empresarios de cochera que tuvieron éxito aparecieron en un momento en el que el campo de la provisión de software al mercado masivo era virgen y así la competencia se daba entre empresas de recursos comparables. Esas condiciones han cambiado drásticamente: el mercado para la venta de licencias de software está hoy repartido en un puñado de monopolios depredadores, que no toleran la competencia y son capaces de invertir montos astronómicos de dinero y hasta de violar las leyes con el objetivo de aplastarla. El caso de Netscape es una gráfica expresión de esto. Hoy, lo que importa no es tener una buena idea, sino tener músculo de mercadeo. Para sobrevivir en el mercado, el presupuesto de las empresas de software privativo generalmente contempla cuatro veces y media más dinero para mercadeo que para investigación y desarrollo.

Otra preconcepto que bajo un análisis desapasionado se revela como espejismo, es el que dice que la exportación de licencias puede tener un impacto sensible en nuestra balanza comercial. Con todo el optimismo posible, aún bajo la presunción de que logremos colocar nuestros productos con éxito en el mercado internacional, evitar de alguna manera los obstáculos impuestos por los monopolios, solventar enormes costos de mercadeo pagados en dólares, y asumiendo aún ritmos de crecimiento totalmente exagerados, el efecto sobre nuestra balanza comercial sería órdenes de magnitud mucho menor que el que tendría una pequeña mejora en la competitividad de los demás sectores productivos.

Las consecuencias no deseadas de una ilusión

El modelo de venta de licencias ya es insostenible para la misma industria. Sin embargo, mucho peor es su impacto cuando lo analizamos desde el punto de vista de la sociedad como un todo. La balanza comercial de ese modelo no puede ser favorable para las economías locales desde ningún aspecto. Sin embargo, esa no es la peor consecuencia: las restricciones impuestas por las licencias de software tienen efectos sociales y económicos perniciosos.

La prohibición de realizar copias de los programas, por ejemplo, criminaliza el acto solidario de compartir con el prójimo, y actúa como freno para que el software llegue a realizar todo su potencial de creación de riqueza, ya que muchas personas se ven privadas de los beneficios de su uso debido a su incapacidad de pagar la licencia2.

Para las empresas y organizaciones usuarias de software, para las industrias tradicionales y las pequeñas y medianas empresas, que son las que efectivamente crean puestos de trabajo en forma masiva, tanto directa como indirectamente a través de sus cadenas de aprovisionamiento, las condiciones del licenciamiento privativo actúan de modo doblemente dañino: por un lado, como impuesto al crecimiento (cada vez que una empresa crece y genera más puestos de trabajo, debe abonar una vez más las licencias de uso de cada software que utilice en sus computadoras; sumar tecnología es sumar una cuenta más por licencias y actualización), y por otro como factor de dependencia tecnológica.

Una vez que una empresa cuenta con un cuerpo importante de datos almacenados en un sistema, y con una plantilla de empleados acostumbrados a utilizar ese programa, el costo de salida de él se vuelve tan alto como para ser impagable. Si ese programa está licenciado de forma privativa, sólo el titular de los derechos de autor del programa puede brindar el soporte necesario para ampliarlo y mejorarlo, de modo que la empresa pasa a ser un cliente cautivo, forzado no sólo a pagar los precios que el titular dicte, sino además a aceptar sus plazos, a seguir todas sus estrategias, sus elecciones tecnológicas y sus decisiones en materia de funcionalidad, independientemente de si coinciden con las propias o no. Esto hace que nuestro sistema productivo, el que efectivamente tiene impacto en nuestra balanza comercial, quede aprisionado en un modelo de licenciamiento y de proveedores monopólicos.

Por cierto, vale aclarar que la posibilidad de elegir entre distintos desarrollos de software privativo, no garantiza la salida del monopolio, sino que sólo posibilita la distribución de los clientes cautivos entre diferentes pequeños monopolios. Esto ocurre porque sólo el autor del software en cuestión tiene posibilidad jurídica y técnica de interactuar con su “obra”, por lo cual una vez comprada una de esas licencias, no se puede más que recurrir al proveedor o sus servicios técnicos autorizados para cualquier servicio vinculado al mismo.

Exportación de cerebros

India e Irlanda, las “chicas de tapa” entre los países que al menos parecen haber podido crear una industria de software saludable, siguen otro modelo. Son países que han invertido mucho, a lo largo de décadas, en la formación de personal especializado en informática y que han puesto en funcionamiento exitosas empresas de software.

Sin embargo, hay un dato a tener en cuenta: No vemos en la oferta de software privativo la presencia de software de empresas indias ni irlandesas. Esto se debe a que sus empresas han puesto el énfasis en el mercado del offshore outsourcing (tercerización a ultramar), es decir que no venden licencias de software, sino capacidad de trabajo. En este modelo, las empresas ofrecen la capacidad de programación de sus empleados a otras empresas en mercados en los que el costo de esa mano de obra es más cara. Este mercado tiene además mucho más potencial que el de la venta de licencias: las mismas empresas de software privativo aseguran que los costos de licencia ocupan sólo un rango de entre el cinco y el ocho por ciento de un proyecto de software, el resto está dedicado servicios de desarrollo y mantenimiento que pueden ser ofrecidos en este mediante esta modalidad.

Mirando bien este modelo, nos encontramos con que se trata de una versión virtual, más pura, de la denominada “fuga de cerebros”. En esos casos, los científicos e ingenieros locales no abandonan físicamente el país, sino que solamente sus “cerebros” lo hacen.

Esta modalidad tiene algunos beneficios respecto de la fuga de cerebros tradicional: le ahorra a las personas la angustia del desarraigo, permite que los sueldos de esas personas sean pagados en la comunidad que las formó y de esa manera se movilice la actividad económica. Este es un modelo practicable en países de bajos ingresos, que permite obtener alguna renta diferencial para ciertos sectores y que al menos tiene la virtud de no atar al resto de la sociedad a un modelo de licenciamiento que entorpece su libertad. Si estamos evaluando posibilidades, Argentina cuenta con algunos atributos que potenciarían esta forma de integración en el mercado mundial de software. Hoy, el país cuenta con mano de obra formada y especializada y un tipo de cambio apropiado.

Aún así, este modelo no está exento de problemas. Al final de cuentas, la receta de su éxito consiste básicamente en una apuesta a nuestro propio fracaso como sociedad, ya que sólo es viable en tanto y en cuanto los sueldos de los científicos e ingenieros argentinos sigan siendo significativamente menores que los habituales en los países que compran sus servicios. Las mejoras en la calidad de vida de la sociedad, los beneficios sociales, el progreso profesional, son elementos deseables, pero que conspiran contra el éxito a largo plazo del modelo. Esto no puede ser nuestro objetivo.

Otra objeción a este modelo surge de la observación de que el aporte social de los técnicos no se expresa solamente en usar su sueldo para comprar en el mercado local. Mucho más importante que eso es su aporte al cúmulo del conocimiento de la sociedad, su capacidad de producir ingenios que mejoren la calidad de vida de su comunidad y que puedan disparar en otros nuevas ideas.

Por cada técnico cuya creatividad arrendamos al exterior, estamos perdiendo la posibilidad de explotarla localmente, ya que los contratos involucrados a menudo exigen la firma de acuerdos de no divulgación diseñados para evitar que el conocimiento generado en el curso del proyecto pueda volcarse a la comunidad local. Las mismas empresas que instalan laboratorios de desarrollo en Argentina, como medio de acceder a nuestros ingenieros a bajo precio, llevan adelante extensivos programas de “protección de información confidencial” que de hecho impiden la comunicación efectiva de conocimiento incluso entre personas que trabajan en distintos proyectos dentro de la misma empresa.

El offshore outsourcing es, por cierto, una manera interesante de obtener un rédito razonable en el corto plazo, mientras la tasa de cambio favorable lo permita. Pero no ayuda significativamente a mejorar nuestra competitividad internacional.

Por un lado, nuestra capacidad de exportar estos servicios está limitado a la cantidad de horas de trabajo de personal técnico altamente capacitado, un recurso de difícil obtención y que demanda largos años de formación generalmente sostenidos por el Estado, de modo que no es razonable esperar que la escala de este negocio alcance un volumen suficiente. Otra limitación al potencial de esta modalidad es que la industria así constituida es subsidiaria de las empresas que la contratan, creando una dependencia muy fuerte y potencialmente peligrosa. Una muestra de esa dependencia y sus posible consecuencias nefastas puede verse en la actitud que el gobierno de Irlanda, cuya presidencia de la Unión Europea está patrocinada por Microsoft3, ha adoptado respecto del tema de las patentes de software: pese a que el Parlamento Europeo ya se expidió en contra de la patentabilidad del software, pese a que las asociaciones de empresas de software de Europa rechazan dicha patentabilidad, pese a que hay sobrada evidencia de que la posibilidad de patentar software es dañina para la propia independencia tecnológica de Irlanda, ésta impulsa la iniciativa. No parece ser síntoma de una industria “saludable”.

Por otro lado podemos ver que, en realidad, este modelo más bien conspira contra nuestra competitividad comparativa, al quitar cerebros que pueden servir al mercado local y dedicarlos (a cambio de un precio bajo para los mercados internacionales) a mejorar la capacidad competitiva global de nuestros competidores.

Servicios a medida para los sectores productivos nacionales

La inmensa mayoría de las personas que trabajan en informática lo hacen ofreciendo servicios de distintos tipos: servicios de programación, mantenimiento, mejora, corrección, capacitación, diseño de software que no se vende bajo licencia, sino que es usado como herramienta para soportar la operación de distintas empresas. Este modelo de industria de software es muy similar al offshore outsourcing, salvo por el hecho de que en este caso, la prestación de servicios es a empresas y sectores productivos del país y no extranjeros.

En lo inmediato, al prestar servicios en el mercado interno, esta modalidad no produce un flujo favorable de divisas, pero es claramente la que más favorece a nuestro país en términos de competitividad social. Esto surge de un análisis muy simple: Si nuestros profesionales perciben sueldos comparativamente tan bajos que contratarlos es buen negocio para la industria extranjera aún soportando costos de comunicaciones, viajes, traducciones y otros rubros accesorios improductivos, entonces, ¿por qué no pensar que esos profesionales serán un mejor negocio aún para la industria local, en la que esos costos accesorios de “adaptación” del trabajo no existen o son mucho más bajos?

La oferta de servicios con valor agregado a las empresas nacionales tiene mayor probabilidad de influir positivamente en la balanza comercial argentina que las otras alternativas. En vez de exportar licencias de software, nos permite exportar tecnología incorporada dentro de nuestras exportaciones tradicionales, a nuestros clientes de siempre, pero en mejores condiciones. Si estos servicios y desarrollos consiguen mejorar ligeramente nuestra competitividad en éstos mercados, a los que ya atendemos y que dominan nuestro comercio exterior, el impacto en los ingresos del país será significativo.

No sería sabio medir la bondad de un proyecto solamente por su aporte momentáneo a la balanza comercial. Hay otros elementos que importan al bienestar social, y la ocupación y el empleo están entre los prioritarios. El desarrollo para el mercado interno crea directamente muchos puestos de trabajo, pero muchos más son los que crea indirectamente al facilitar el crecimiento de las empresas de los sectores productivos que ya están afianzados, favoreciendo así el empleo y mejorando las condiciones de trabajo en una gama amplia de tareas, mucho más allá de lo que podría hacerlo el crecimiento del sector de software en sí mismo, que sólo emplea personal especializado.

El rol del software libre4

Para las empresas prestadoras de servicios, el software libre representa una maravillosa oportunidad como plataforma en la que basar una oferta atractiva, ética y que establece con el cliente una relación de cooperación simbiótica y no de parasitismo.

En el cuerpo de software libre hay programas disponibles para solucionar una inmensa porción de las necesidades de procesamiento de datos de las empresas. Al no requerir pago de licencias, este software le da a cada potencial cliente mayor disponibilidad de dinero para contratar servicios de mantenimiento, integración y desarrollo, con lo que cada nuevo programa instalado, además de resolver un problema del cliente, se convierte en una nueva plataforma sobre la que ofrecer servicios y desarrollos para la porción que queda por resolver.

Para las empresas de los sectores productivos, el uso de software libre significa un refrescante cambio respecto de la política de la década del ’90, en la que la inversión en tecnología estaba concentrada mayoritariamente en bienes de capital que luego no podían ser explotados eficazmente por falta de presupuesto para servicios, mantenimiento y capacitación. Significa la posibilidad de elegir a sus proveedores de servicio en base a su relación precio/prestación en vez de estar atados a un solo prestador, ya sea de software como de soporte técnico por todo el tiempo que usemos sus programas. Significa invertir en darle un mejor uso a la tecnología existente, en usarla de un modo más inteligente y ajustado a sus propias necesidades y prioridades y no a las del departamento de mercadeo del eventual proveedor. Significa abrir posibilidades de cooperación con otras empresas del sector para desarrollar conjuntamente herramientas de software flexibles, interoperables y eficaces para resolver necesidades comunes.

Puestos a analizar el rol de la industria del software en nuestra sociedad y nuestra economía, debemos evitar caer en la trampa de creer que las condiciones de licenciamiento privativas son menos dañinas si las impone una empresa nacional que si lo hace una extranjera. Depender de estructuralmente de otra empresa siempre es malo, no importa si esa industria es nacional o extranjera, grande o pequeña. IBM puede contar una triste historia sobre aquella vez que se invirtieron los roles y le tocó en suerte depender tecnológicamente de una pequeña empresa de software de Seattle para un proyecto desarrollado en Florida5.

No es bueno coartar la solidaridad y la cooperación entre las personas, ni impedir que un programa alcance a cumplir su potencial de creación de riqueza para permitir una incierta e improbable ganancia pecuniaria por parte del titular de sus derechos, independientemente de si ese titular es local o extranjero.

Pensar en la competitividad internacional de nuestro sector de software ciertamente es una buena idea, pero limitarnos a ella es muy poco ambicioso. Disponemos del personal y las herramientas para encarar un proyecto mucho más grande: aportar a la mejora de la competitividad global de nuestra sociedad como un todo. Desde el aporte que a ello pueden hacer las tecnologías de la información, el uso y desarrollo de software libre es las herramientas idóneas para fomentar nuestro desarrollo económico y social.

¿Qué conviene hacer a favor de la industria del software?

Si hay algo sobre lo que hay consenso en la mayoría de los actores de alguna manera relacionados con este debate, es sobre la conveniencia de fomentar el desarrollo de la industria del software. Hay medidas directas e indirectas para lograrlo, todas con sus ventajas y desventajas. El Estado ha decidido ya fomentar a la industria del software mediante prebendas impositivas y líneas de crédito sujetas a ciertas condiciones6. Lamentablemente, estas medidas fueron diseñadas pensando en la industria del software como industria manufacturera, y no son apropiadas a la su verdadera naturaleza, la provisión de servicios.

En el mejor de los casos, estas medidas ayudarán a algunas grandes empresas a afianzar posiciones, pero dejarán afuera al grueso de la industria (los proveedores de servicios), y los que crezcan lo harán de manera distorsionada, apuntando a un mercado de venta de licencias que no los quiere, y en el que el mejor de los destinos posibles es ser comprado por alguno de los gigantes, y el más probable es que el gigante compre a su competencia con el fin de eliminarlo a fuerza de mercadeo.

Más lamentable aún en estas medidas es, por cierto, que el subsidio estatal no requiera de las empresas beneficiarias ningún retorno social. Las empresas que reciben el subsidio pueden desarrollar con él cualquier idea aventurera que les apetezca independientemente de si se trata de una necesidad prioritaria para nuestro país o no. Y mucho peor aún: podrán usar el software desarrollado con subsidio estatal para venderlo bajo licencia privativa, con lo que el Estado está ofreciendo incentivos monetarios para facilitar la creación de dependencias estructurales en los sectores productivos. También pueden acceder a estos beneficios las empresas que se dedican al offshore outsourcing, una actividad que ya es buen negocio de por sí, y que si bien no plantea reparos éticos, contribuye más a la competitividad de otros países que a la del nuestro.

¡Cuánto más valioso para la sociedad sería en este lugar un subsidio a la demanda, en vez de a la oferta! Bajo este esquema, el Estado brindaría ventajas a las industrias que contraten empresas argentinas para desarrollar software que ayude a mejorar su operación, con la única condición de que lo publiquen bajo una licencia libre, preferentemente la General Public License. De esta manera, utilizamos el mismo dinero para lograr varios objetivos: 1) la industria de software tiene trabajo y puede crecer, estableciendo lazos sólidos con empresas del medio, 2) nuestros sectores productivos se vuelven más competitivos, mejorando nuestra balanza de pago y generando empleo, 3) aunque el subsidio es recibido solamente por algunas empresas, su fruto es útil y está disponible a todas las empresas de su sector, 4) fomentamos la cooperación entre empresas de cada sector en los aspectos en los que no necesitan competir entre sí.

¿Qué debemos hacer por la industria del software?

Independientemente del modelo de industria del software que estemos analizando, e incluso de si creemos que merece ser fomentada o no, es claro que al menos debemos evitar ponerle obstáculos en el camino. La actividad informática merece, al menos, la posibilidad de ser ejercida con la menor cantidad de trabas posible. Lamentablemente, existen iniciativas que conspiran contra esto, tanto en el escenario nacional como en el internacional. Estas iniciativas son muchas y complejas, de modo que no podremos analizarlas en profundidad aquí, apenas alcanzaremos a mencionarlas y señalar algunos de sus efectos nocivos.

Estamos sujetos a fuertes presiones, tanto a través de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) como del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y de Organización Mundial de Comercio (OMC), para “armonizar” nuestra legislación de derechos de autor y de patentes a un supuesto estándar internacional. Las distintas medidas legislativas reclamadas por estas instancias internacionales imponen condiciones bajo las cuales se vuelve muy difícil llevar adelante desarrollos de software.

Con el objetivo de proteger el derecho de autor, por ejemplo, OMPI propone una ley que prohíba la confección de programas capaces de acceder a contenidos o señales que hayan sido cifradas como parte de un mecanismo de control de acceso (como el cifrado de un DVD, por ejemplo). Esta es una restricción seria a la posibilidad de investigación en temas de seguridad, e impide la producción de muchos programas útiles para fines legítimos, sólo porque también podrían ser usados para infringir un derecho de autor. En los Estados Unidos, donde este tipo de legislación ya fue sancionada hace un tiempo, las consecuencias negativas para investigadores y desarrolladores de software, así como para el público se hacen sentir cotidianamente7. La participación de nuestro país en el debate de estos requerimientos en el marco de la OMPI es lamentable: durante la discusión del Tratado para la Proteccion de las Organizaciones Difusoras, por ejemplo, Argentina propuso una alternativa que, de aplicarse, prohibiría efectivamente la producción, venta y uso de computadoras8.

Otra medida de “armonización” que algunos pretenden imponer en nuestro país es la ampliación del derecho de patentes a los algoritmos y métodos de negocios, que actualmente no son patentables9. Para explicar por qué las patentes de software son malas para la industria, nada mejor que darle la palabra a uno de sus más fervientes defensores, el Sr. Bill Gates:

If people had understood how patents would be granted when most of today’s ideas were invented and had taken out patents, the industry would be at a complete standstill today. … The solution is patenting as much as we can. A future startup with no patents of its own will be forced to pay whatever price the giants choose to impose. That price might be high. Established companies have an interest in excluding future competitors.10

(Si la gente hubiera comprendido cómo se otorgarían las patentes cuando la mayor parte de las ideas actuales fueron inventadas y las hubieran patentado, la industria estaría hoy completamente detenida… La solución es patentar todo lo que podamos. Un futuro emprendedor sin patentes propias se verá forzado a pagar el precio que los gigantes le impongan. Ese precio podría ser muy alto. Las compañías establecidas tienen interés en excluir a los futuros competidores.)

En otras palabras: las patentes de software, en manos de los gigantes de la industria, son la herramienta ideal para impedir el ingreso de nuevas empresas en el mercado, para obstaculizar el desarrollo de software fuera de su esfera.

Las propuestas de legislación que amenazan el futuro de la informática como actividad en nuestro país no surgen exclusivamente de iniciativas internacionales. Nuestros propios legisladores suelen aportar también ideas de su propia cosecha, como ciertos proyectos de ley de delitos informáticos11 que convierten en delito a una gran cantidad de tareas esenciales a la investigación, desarrollo y mantenimiento de sistemas informáticos, o las legislaciones de algunas provincias que prohíben el desempeño en el área informática a personas que no estén matriculadas en ciertos colegios profesionales, en contra de las prácticas habituales en todos los lugares en los que la informática es una actividad económicamente significativa, e impidiendo el aporte a la disciplina por parte de personas de otras áreas, lo que es absurdo para un campo tan intrínsecamente multidisciplinario como este12.

Agradezco la invaluable colaboración de Beatriz Busaniche en la preparación de este artículo

  1. Este artículo fue publicado originalmente en el libro “La informática en la Argentina — Desafíos a la especialización y a la competitividad”, Borello, José; Robert, Verónica; Yoguel, Gabriel (editores), ISBN: 9875740748. []
  2. Las empresas de software privativo denuncian la práctica de compartir software con palabras tan duras como “robo” o “piratería.” Sin embargo, ellas mismas fomentan implícitamente la práctica y admiten públicamente que prefieren que la gente copie su software ilegalmente si la alternativa es que dejen de usarlo. Bill Gates mismo dijo que “Aunque se venden cerca de tres millones de computadoras por año en China, la gente no paga el software. Algún día lo harán, sin embargo. Y si lo van a robar, queremos que roben el nuestro. Se volverán en cierta forma adictos, y entonces de alguna manera nos arreglaremos para cobrarles, en algún momento durante la próxima década.” (Bill Gates, Julio 20, 1998 Revista Fortune:“Although about three million computers get sold every year in China, people don’t pay for the software. Someday they will, though. And as long as they’re going to steal it, we want them to steal ours. They’ll get sort of addicted, and then we’ll somehow figure out how to collect sometime in the next decade.” ) []
  3. Tal como puede verse en http://www.eu2004.ie/sitetools/sponsorship.asp. []
  4. Según la definición de la Free Software Foundation (http://www.gnu.org), que definió el concepto, bajo “software libre” se entiende software distribuido bajo alguna licencia que respeta las siguientes libertades del usuario:

    1. utilizar el programa con cualquier propósito
    2. estudiar el funcionamiento del programa, y adaptarlo a sus necesidades
    3. distribuir copias del programa
    4. distribuir copias del programa modificado, bajo las mismas condiciones del programa original

    La disponibilidad del texto original del programa, o código fuente, es precondición indispensable para la segunda y la cuarta facultades. []

  5. Cuando IBM diseño su PC, contrató el desarrollo del sistema operativo a Microsoft, por aquel entonces una pequeña empresa cuyo principal producto eran un intérprete y un compilador del lenguaje BASIC. Desafortunadamente para IBM, sus abogados no prestaron suficiente atención a los términos del contrato, que dejaban los derechos de autor en manos de Microsoft. Gracias a esta ventaja, Microsoft básicamente utilizó el músculo de mercado de IBM para colocar su sistema operativo MS-DOS en el escritorio de los usuarios, y luego lo utilizó para construir sobre él su imperio, abandonando a IBM a medio camino con el sistema OS/2 para promover su propio sistema, Windows. []
  6. Hablamos en particular de la Ley de Industria del Software (25.856, http://infoleg.mecon.gov.ar/infolegInternet/verNorma.do?id=91606), y de la Ley de Promoción de la Industria del Software (25.922, http://infoleg.mecon.gov.ar/infolegInternet/verNorma.do?id=98433). []
  7. La Electronic Frontier Foundation (EFF) lleva un registro de casos en http://www.eff.org/IP/DMCA/ []
  8. Documentación al respecto en el sitio de la EFF: http://www.eff.org/deeplinks/archives/001599.php#001599 []
  9. El Förderverein für eine Freie Informationelle Infrastruktur (FFII) tiene una enorme colección de información acerca de por qué está bien que no lo sean en http://swpat.ffii.org/ []
  10. De un memo interno de Microsoft, citado por Fred Varshofsky en “The Patent Wars”, ISBN 0-471-59902-6 []
  11. Fundación Vía Libre publicó un análisis de este proyecto en una carta al Senado de la Nación, http://fsid.org.ar/delitos-informaticos-FVL-281002.html []
  12. SADIO ha publicado un análisis al respecto de estas leyes, ampliamente repudiadas por cámaras y organizaciones de usuarios, en http://www.sadio.org.ar/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=39 []

Archivo